Es el primer ensayo norcoreano desde el pasado septiembre. “Nos vamos a ocupar de ello”, dice el presidente de EEUU
28 de noviembre de 2017 – Washington / Pekín – Agencias.
Nada frena a Corea del Norte. Ni las ocho rondas de sanciones de la ONU ni el estrangulamiento económico ni las amenazas de destrucción masiva de EEUU. El régimen de Pyongyang puso fin hoy a más de dos meses de inactividad y lanzó un nuevo misil que, tras alcanzar una altura récord, acabó en el mar de Japón. La prueba, la vigésima del año, arruina las esperanzas de una apertura de negociaciones y reinstaura la retórica bélica que ha presidido este pulso desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
“No se puede aceptar que esta banda de criminales se arme con misiles nucleares. Tenemos una gran paciencia pero si nos vemos obligados a defendernos a nosotros o a nuestros aliados, no tendremos otra opción que destruir totalmente Corea del Norte. Ya es hora de que se dé cuenta de que la desnuclearización es su único futuro. El hombre cohete está en misión suicida consigo mismo”, clamó Trump en la Asamblea General de la ONU.
Sus palabras vinieron seguidas de un parón en las pruebas. El último misil había sido lanzado el 15 de septiembre, cuatro días antes de la intervención de Trump, y sobrevoló para terror de Tokio la isla japonesa de Hokkaido. Desde entonces, aunque no se redujo el tono belicoso de Pyongyang, las sanciones habían ido en aumento, China había empezado a participar decididamente en el estrangulamiento económico de su antiguo aliado, y Estados Unidos incluso llegó a declarar a Corea del Norte “patrocinador del terrorismo internacional”. Todo ello hizo pensar que la presión estaba surtiendo efecto y que la tiranía podía inclinarse a abrir negociaciones sobre su programa nuclear y balístico.
Nada de eso ha ocurrido. El Líder Supremo ha mantenido el pulso y hoy lanzó un nuevo cohete. El artefacto ha caído en el mar de Japón, a unos 370 kilómetros de la costa nipona. Tokio sostuvo que el cohete había volado 54 minutos y Washington indicó que posiblemente se trataba de un misil intercontinental, el tercero lanzado con éxito por Pyongyang. También señaló que era el que mayor altitud había alcanzado hasta la fecha (unos 4.500 kilómetros). “Pero no ha supuesto un peligro para nuestro territorio ni el de nuestros aliados. Nuestro compromiso de defender a Japón y Corea del Sur permanece inalterable. Estamos preparados para responder a cualquier ataque o provocación”, indicó el Pentágono.
Tras conocer el lanzamiento, Trump, que en otras ocasiones se ha lanzado a insultar a Kim Jong-un, se mostró extrañamente circunspecto. Afirmó que había tomado nota y subrayó que la prueba no modificaba la estrategia estadounidense. “Nos vamos a ocupar de ello”, dijo crípticamente.
Trump habló por teléfono con su homólogo japonés, Shinzo Abe, y ambos acordaron reforzar la cooperación ante el desafío norcoreano. Abe afirmó que el “acto violento” de Pyongyang “no se puede tolerar.
Por su parte, el presidente de Corea del Sur, Moon Jae In, avisó a Kim Jong-un de que la paz entre ambos países no es posible si insiste en sus “aventuras” militares.
Japón, Corea del Sur y Estados Unidos solicitaron una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU para analizar el último lanzamiento de un misil balístico por parte de Corea del Norte. El encuentro tendrá lugar este mismo miércoles, según informó la delegación estadounidense. El Gobierno de EE UU abogará por nuevas sanciones, anunció la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert.
El secretario de Defensa, James Mattis, destacó que se trataba de un ensayo que mostraba cierta evolución frente a los anteriores, especialmente por la altura alcanzada. Una cota que si hubiera seguido una trayectoria normalizada, según la Unión de Científicos Preocupados, habría permitido alcanzar Washington (11.000 kilómetros).
El disparo supone una bofetada no solo para Washington. También, y muy notable, para Pekín, que en los dos últimos meses ha tomado una serie de medidas contra su vecino mucho más firmes que en el pasado. El presidente chino, Xi Jinping, envió hace diez días a un emisario personal a Pyongyang, Song Tao, con la misión oficial de informar de los resultados del reciente congreso del Partido Comunista de China. Y, aunque Pekín no lo confirmó oficialmente, con la misión de expresar una advertencia sobre el programa nuclear norcoreano. La visita, aparentemente, terminó en fracaso: Song nunca fue recibido personalmente por Kim Jong-un.
Con el lanzamiento, la estrategia de la tensión ha vuelto a ganar la partida. Una vez más queda patente que el hermético y asfixiante régimen norcoreano ha convertido la carrera nuclear en su razón de ser. No acepta ninguna negociación y se refugia en que el misil es necesario para hacer frente a la “amenaza constante de Estados Unidos”. Un desafío, suicida para un país paupérrimo y sometido a una tiranía hereditaria, que no hace sino movilizar a Washington.
En el pulso, Trump ha hallado un enemigo exterior execrado por todos, pero también un motivo para exhibir la fortaleza de su aparato militar. En este camino, aunque no ha logrado que Pyongyang rebaje la tensión, sí que ha conseguido fortalecer vínculos con Corea del Sur y Japón, pero sobre todo ha obtenido la colaboración de China. El gran rival comercial de EEUU, a quien el republicano demonizó en la campaña electoral, se vuelto su aliado y con su control sobre el comercio exterior norcoreano es considerado el factor decisivo. La pieza que puede poner fin a una partida de final imprevisible.
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