17 de octubre de 2017 – Washington – Agencias.
No hubo escapatoria. El presidente Donald Trump ha tenido que prescindir de su candidato a dirigir la lucha contra los estupefacientes. En un país azotado por una epidemia que solo el año pasado mató más estadounidenses que toda la guerra de Vietnam, el descubrimiento de que el futuro zar antidroga es una marioneta de la poderosa industria de los opioides ha bastado para acabar con su ascenso y mostrar al mundo los oscuros tentáculos de un lobby sin escrúpulos.
En el centro de la trama figuraba Marino. Defensor de Trump de la primera hornada, este antiguo fiscal se había cobrado su fidelidad con un puesto de relumbrón. Apoyado por el presidente y la bancada republicana, con mayoría en ambas Cámaras, su nombramiento parecía asegurado. Pero las revelaciones periodísticas, aparte de ponerle en entredicho, destaparon una contradicción que alcanzó al propio Trump: el candidato que prometió “drenar el “pantano de Washington” había elegido para enfrentarse a una emergencia nacional a un parlamentario absolutamente enfangado con los lobbies. Un flanco débil que la oposición demócrata avistó con rapidez. “En este punto, ya toda la Casa Blanca apesta”, señaló en un comunicado.
En el Despacho Oval no hubo muchas dudas. 48 horas después de conocerse la investigación periodística, el presidente comunicó por Twitter que Marino le había informado de que retiraba su candidatura como zar antidroga. “Tom es un buen hombre y un gran congresista”, concluía el tuit.
La fulminación de Marino difícilmente cerrará el escándalo. Al descubierto ha quedado un lodazal de dimensiones trágicas. Sólo el año pasado 60.000 personas perdieron la vida por el consumo de opiáceos en Estados Unidos. Más que por las armas, el cáncer o los accidentes de coche. El 60% se debió a la heroína y sus derivados, pero el resto correspondió precisamente a los opiáceos por prescripción. Una industria que desde los años noventa no ha dejado de crecer (las recetas se han triplicado en 15 años), y que sirve de puerta de entrada al infierno de la droga. Ahora mismo hay dos millones de adictos a las pastillas contra el dolor, y, como revela un estudio de Jama Psychiatry, un 75% de los actuales heroinómanos empezó por estos analgésicos.
Frente a este inmenso naufragio, la industria logró que el Congreso amortiguase los intentos de la DEA de poner fin al trasvase ilegal y en un golpe maestro ha estado a punto de situar en la cúpula de la lucha contra la epidemia a uno de los suyos. Sólo una investigación periodística ha logrado impedirlo.
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