El gigante asiático acepta aumentar sus importaciones para reducir el déficit estadounidense
21 de mayo de 2018 – Agencias.
EE UU y China han paralizado la inminente guerra comercial. Aunque sea por unas semanas. Se trata, más que de un principio de acuerdo, del restablecimiento de un marco de negociación compartido. Un suelo común que permita sortear la violenta hipótesis de un conflicto arancelario que amenazaba con incendiar la economía mundial. Entrevistado por la Fox, Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, declaró que «hemos logrado un progreso muy significativo». Según Mnchin, las dos potencias habrían «acordado un marco que incluye un acuerdo para reducir sustancialmente el déficit comercial aumentando las compras de bienes [por parte de China]». Hace un mes el gobierno de EE UU había amenazado con aranceles a las exportaciones chinas por valor de 130.000 millones de dólares. Pekín aseguró que respondería de forma proporcional.
Las negociaciones, que tendrán un segundo capítulo en Pekín, arrancaron la pasada semana en Washington. Por parte de la delegación china fueron lideradas por el viceprimer ministro, Liu He. Aunque en ningún momento cita los 200.000 millones de dólares en compras de los que habla la Casa Blanca, sí garantiza multiplicar las adquisiciones de bienes y servicios estadounidenses. En un comunicado conjunto los dos países reafirman su compromiso para reducir el déficit comercial, amparándose en la necesidad de «satisfacer las crecientes necesidades de consumo del pueblo chino y la necesidad de un desarrollo económico de alta calidad, China aumentará significativamente las compras de bienes y servicios de EE UU».
A nadie se le escapa que el frágil armisticio responde también a las inminentes conversaciones de EE UU con Corea del Norte. China, gran sostén de la dictadura de Kim Jong Un, trabaja entre bambalinas para lograr un acuerdo satisfactorio. Nada resultaba más incómodo y disruptivo que la sombra de una incipiente guerra comercial. Quedan fuera del debate los draconianos impuestos al acero y aluminio que EE UU importa de China, y en el aire la larga serie de aranceles suplementarios a un sinfín de productos chinos, como los automóviles.
Aunque parezca imposible, por una vez se impone la «realpolitik» en Washington. Algo impensable hace apenas dos meses, cuando en la presentación de algunas de las medidas el presidente habló de la destrucción de la industria estadounidense, de la inanición de quienes debían de salvaguardar la salud económica del país, de las terribles represalias que sufrirían los traidores…
El déficit comercial entre los dos países, no menos de 335.000 millones de dólares favorables al gigante asiático, ha sido uno de los caballos de batalla de un Trump infatigable en su denuncia del libre comercio. Según el presidente, China actúa de forma parasitaria. Las sucesivas administraciones propiciaron una colosal sangría a partir de un seguidismo irracional del ideario globalizador. Para muestra estas inolvidables palabras en 2015: «Vencí a la gente de China. Gané contra China. Puedes ganar contra China si eres inteligente. Pero nuestros líderes no tienen ni idea. Damos cenas de Estado a los líderes chinos. Nos están sangrando a diestra y siniestra. Llévenlos al McDonald’s y regresen luego a la mesa de negociaciones».
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