Washington y Pekín trabajan contra el reloj para lograr un mínimo consenso al margen de la agenda oficial
30 de noviembre de 2018 – Buenos Aires – Agencias.
Vladímir Putin lleva 18 años en el poder. Ningún otro mandatario del G20 puede comparársele en veteranía. Ni en cinismo, ni en habilidad para provocar y manejar conflictos, ni en crueldad cuando se trata de exterminar a adversarios, ni en brutalidad bélica. A su lado, el príncipe saudí Mohamed bin Salmán es un aprendiz. Putin, que parece haber iniciado una nueva fase en su estrategia de devorar Ucrania, despliega ahora sus talentos en la cumbre de Buenos Aires: vincula las sanciones contra su régimen con el proteccionismo, festeja con Bin Salmán (su enemigo en Siria) y se encoge de hombros cuando se habla de la nueva crisis entre Moscú y Kiev. La cumbre del G20 que comenzó este jueves, marcada por la guerra comercial entre Estados Unidos y China y las divergencias sobre el cambio climático, corre un serio riesgo de fracaso. Es el ambiente de tensión en que Putin se siente cómodo.
La fotografía con que arrancó la reunión argentina del Grupo de los 20 muestra al príncipe Bin Salmán relegado a un extremo, junto al presidente del Banco Interamericano de Desarrollo y los primeros ministros de Australia e Italia. Le toca ejercer la función de apestado. La guerra con la que devasta Yemen (apoyado por Estados Unidos) y el asesinato en Estambul del incómodo periodista Jamal Khashoggi (que Estados Unidos considera un asunto menor) le han convertido en un paria dentro de la comunidad internacional. Trump le protege, pero prefiere no mostrarse junto a él en actitud amistosa. En esa misma fotografía grupal, Putin posa impasible. Conoce bien los ritos y los trucos de estas cumbres.
El príncipe Bin Salmán no ha recibido otros abrazos que los del presidente argentino, Mauricio Macri, anfitrión y por tanto obligado, y los de Putin, su enemigo en el tablero sirio (si se puede llamar tablero a tal matanza) y su aliado ocasional en el terreno energético. El francés Emmanuel Macron intercambió unas palabras con el príncipe saudí “sobre petróleo”, según el palacio del Elíseo; en realidad, fue un diálogo tenso lleno de sobreentendidos (“no me escuchas cuando hablo”, “soy hombre de palabra”) y falto de sonrisas. La primera ministra británica, Theresa May, se reunió anoche con el hombre fuerte del régimen de Riad. Según un portavoz de Downing Street, May le planteó la necesidad de poner fin a la guerra de Yemen (un gran negocio para los fabricantes de armas europeos, con la salvedad de los alemanes) y de “tomar medidas” para que “un incidente tan lamentable” como el brutal asesinato de Khashoggi no volviera a suceder.
Donald Trump, evidentemente, está en el centro de los conflictos más graves. Resulta inevitable. Es el presidente de Estados Unidos, y es Donald Trump. En cuanto subió al Air Force One con destino a Buenos Aires, envió un tuit para anunciar que cancelaba su previsto encuentro con Putin. La causa, supuestamente, era el ataque ruso contra naves militares ucranias y el secuestro de sus tripulantes. Pero hay mucho más entre Trump y Putin. Sigue avanzando la investigación sobre la posible complicidad del Kremlin con la campaña electoral del hoy presidente de Estados Unidos, y Trump, que en su juego amigo-enemigo con Moscú utiliza instrumentos tan peligrosos como los arsenales nucleares (se ha retirado del desarme), prefiere no exhibirse demasiado en compañía del presidente ruso.
Trump también protagoniza uno de los conflictos potencialmente letales para esta cumbre: su guerra comercial con China ha frenado ya el crecimiento económico mundial. Pero, como prueba de que en estas cumbres supuestamente igualitarias mandan los de siempre, la cuestión comercial se resolverá, bien, mal o regular, fuera de tiempo: con el comunicado oficial ya emitido, Donald Trump y el presidente chino, Xi Jinping, se reunirán para cenar (salvo imprevistos) el sábado por la noche y decidirán por su cuenta. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo y representante de un tercio de la economía mundial, proclamó este jueves que la Unión promueve un comercio libre y justo. Su voz quedó ahogada por la fricción entre las dos hiperpotencias.
Trump no quiere saber nada del cambio climático y en esa disputa se encuentra solo. Incluso Xi se suma, al menos verbalmente, a quienes consideran necesario actuar con urgencia contra el calentamiento global. El presidente Macron maniobra para liderar, en lo que se refiere al clima, el campo anti-Trump.
¿Qué puede esperarse de la reunión plenaria de hoy y del comunicado final? Los técnicos de Washington y Pekín trabajan contra el reloj para lograr un mínimo consenso, al margen de la agenda oficial. Argentina, país anfitrión, carece de autoridad moral para impulsar acuerdos, porque su sistema arancelario es uno de los más impenetrables del mundo. Y Putin esgrime cínicamente el libre comercio como argumento para descalificar las sanciones económicas con que Estados Unidos y la Unión Europea le presionan para que deje de morder territorio ucranio: esas sanciones, dice, son maniobras proteccionistas. Para saber si la guerra comercial sigue agravándose o si se alcanza una tregua, será necesario esperar hasta el sábado, muy entrada la noche. Sobre el clima habrá palabras vagas, si se logra encontrar palabras lo bastante vagas como para no irritar a Trump. Los acuerdos menores (promesas para los países en desarrollo, renovación del sistema de cuotas del Fondo Monetario Internacional, reflexiones sobre el futuro del trabajo y ese tipo de cosas) podrían convertirse en lo más relevante de Buenos Aires.