2 de agosto de 2017 – México – Agencias.
Hay casas bajas, como en los pueblos, y agujeros en el asfalto, carros destartalados, mototaxis. No hay muchos árboles, salvo en el bosque, un pulmón, casi el único de todo el distrito. Y aunque se llame bosque, es un jardín, un parque grande. Pero aquí en México los parques grandes se llaman bosques, como este de Tláhuac, como el de Chapultepec.
Resulta difícil pensar que aquí, hace apenas dos semanas, fuerzas de élite de la Armada cercaron y abatieron a un grupo de narcotraficantes. Y no a cualquier grupo, a la banda de Felipe de Jesús Pérez, alias El Ojos, una de las más poderosas de la ciudad, el cartel de Tláhuac.
Era la primera vez que un pelotón de marinos se enfrentaba a unos narcos en la Ciudad de México. Nunca antes se había requerido. O al menos nunca se supo. La ciudad se había encargado de sus propios problemas y los sucesivos jefes de Gobierno enarbolaban satisfechos una extraña bandera blanca: la Ciudad de México no está en guerra. Aquí no hay cárteles. Aquí, a diferencia de otros estados, no tenemos un problema de delincuencia organizada. Común sí, asaltos, robos a casas, narcomenudeo, sí, pero, ¿crimen organizado? No, de eso nada. Luego llegó el operativo de la Armada, los bloqueos de los secuaces del grupo de narcos, la quema de camiones, imágenes nunca vistas en la capital.
Dicen los locales que en los días despejados -estos días, los de temporada de lluvias- se ven, al fondo de Tláhuac, los volcanes. El Iztaccíhuatl y el Popocatepetl, los dos amantes. Y antes, aunque no se vea, se siente el fin de la ciudad. Los vecinos del sur viven conscientes de la frontera entre la capital y los estados de México y Morelos. Al norte, el asfalto sigue por kilómetros, dificultado la sensación de cambio. Pero en el sur se siente. Y la diferencia no sólo atañe al predominio de la tierra, a la orografía, al número de árboles por metro cuadrado. También a lo que significa el más allá.
Las maestras Luna y Nadia viven en Tláhuac desde hace mucho tiempo. La primera lo que vivió Cristo, 33 años. La segunda algunos menos. Sus nombres son falsos porque es difícil que alguien hable en Tláhuac a cara descubierta. Más incluso después del operativo de la Armada. Las dos hablan con la incomodidad de los padres que asumen los actos de sus hijos descarriados. Y recuerdan cuándo las piezas dejaron de encajar.
– Fue hace tres o cuatro…
– Sí, como cuatro años
Las dos coinciden. El recuerdo más lejano de un cambio de lógica. Hacía años que el distrito de Tláhuac, de clase media baja, había dejado de ser una gran pradera con casas, un enorme campo de cultivo con algunas viviendas. No, ya hacía tiempo que era un desordenado pegote de cemento con la ilusión del campo al fondo. Y sin embargo seguía siendo un pueblo. Con sus negocios, su ritmo, sus dinámicas. Así fue hasta que llegó el rumor.
“Fue”, dice la maestra Luna, “hace como tres o cuatro años. Recuerdo que fue un jueves por la tarde. Como a las 4 empezaron a gritar que ‘ya vienen’. Y la gente, como loca, empezó a cerrar sus negocios y a irse a la casa. ¡Que ya vienen!”
– Pero, ¿y quién venía?
“¡Esa era la cosa!”, dice, divertida, la maestra. “Nadie sabía. Venían que si a cobrar piso, que si a asaltar…” ¿Quiénes? Entonces nadie supo. “Aquel día tenían que venir a entregarnos unos melones y el señor, como habíamos cerrado la tienda, vino a la casa. ‘¿Y cómo está la calle?’ Le preguntamos. ‘Pues, ¿qué pasó o qué?’, decía él. No, pues que nos dijeron que ya venían”.
Nadia dice que entonces trabajaba fuera de Tláhuac y que su mamá la llamó. “¡Vente para la casa que ahí vienen!”, dice que dijo. Ella preguntó que quién viene, y aunque no le supo contestar, agarró un taxi y volvió.
Con el tiempo, ambas supieron que fue un rumor de que La Familia, un cártel de narcos que tenía presencia en el Estado de México y Morelos, iba a apoderarse de Tláhuac. Desde entonces vivieron como en El Desierto de los Tártaros, la novela de Dino Buzzati, esperando una guerra que no acababa de llegar. Hasta que lo hizo.
Escuchaban rumores. Conocían el nombre de El Ojos. Que se vendía droga, que los mototaxistas les ayudaban. Pero no pensaron que fuera a llegar a tanto.
Es un argumento parecido al ensayado por la clase política de la capital, con la diferencia de la información que manejaron unas y otros. Desde el operativo de la Armada, el partido de Gobierno en la ciudad, el PRD -la izquierda tradicional- ha criticado al jefe del distrito de Tláhuac, Rigoberto Salgado, por obviar el crecimiento de El Ojos y su banda. Es más, el diputado del PRD en la asamblea local, Iván Texta, decía este lunes que tienen vídeos de Salgado en una fiesta en Tláhuac, compartiendo con el capo del narcotráfico y su gente.
Salgado se ha defendido y ha culpado al Gobierno de la ciudad. El jueves pasado, sus compañeros salieron a los medios a decir que en los últimos meses había mandado 27 oficios a la alcaldía, informando de los problemas de seguridad de su distrito.
Antiguo cuadro del PRD, Salgado se afilió a Morena poco después de su fundación, en 2014. Morena es la nueva formación de izquierda en México, el partido que armó Andrés Manuel López Obrador, aspirante a la presidencia del país en 2018, además de uno de los fundadores del PRD.
El jueves, los cuadros de Morena en la ciudad defendieron a Salgado. Lo hicieron una semana después de lo ocurrido, señalando la negligencia del Gobierno y apuntado al alcalde, Miguel Ángel Mancera.
Muchos analistas opinan que el caso del cartel de Tláhuac ha abierto la carrera por la jefatura de Gobierno de la ciudad, cuyas elecciones son el año que viene. Los mismos cuadros de Morena han señalado que las críticas a Salgado son un intento de malbaratar sus aspiraciones a gobernar la ciudad. Morena dice que son incluso un estrategia para dificultar el camino de López Obrador a la presidencia.
De momento, las autoridades de la ciudad han explicado que la fiscalìa local no investiga a Salgado. Este miércoles, el jefe de distrito comparece ante la asamblea local para dar explicaciones de lo ocurrido. El PRD le pide que renuncie y que le investiguen. Morena que no hagan política a su costa. En medio, ciudadanas como Nadia o la maestra Luna esperan que la guerra no les alcance.
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