La investigación del fiscal especial sobre los vínculos de Trump con Rusia ha marcado la primera mitad de su mandato, pero el esperado informe no será un final sino un principio
18 de marzo de 2019 – Washington – Agencias.
El secreto mejor guardado de Washington lo oculta un grupo de unos 20 investigadores en un edificio cualquiera de hormigón y cristal de un anodino distrito de oficinas del suroeste de la capital. Sus pesquisas han ensombrecido los dos años de presidencia de Donald Trump y pueden determinar su futuro. Llenan cada día ríos de tinta. Constituyen la investigación federal más sensible y de perfil más alto desde, al menos, el Informe Starr sobre Bill Clinton presentado en septiembre de 1998. Pero el fiscal especial Robert Mueller y su equipo se las siguen arreglando para trabajar en la oscuridad.
“Los que saben no hablan, y los que no saben no paran de hablar”, resumía en The New York Times Antonia Ferrier, exdirectora de comunicación del presidente del Senado, el republicano Mitch McConnell, poco después de que, hace unas semanas, se extendiera por las redacciones el rumor de que la presentación del informe era prácticamente cuestión de horas.
Washington aguarda con inusitada ansiedad el resultado de dos años de investigación sobre si el presidente obstruyó la justicia o si conspiró con Rusia. Las camisetas de Es la hora de Mueller han convertido al grave rostro del veterano fiscal en una especie de icono popular. Las cámaras hacen guardia en el cuartel general de los investigadores, en los juzgados y hasta en la casa en Virginia del fiscal general, William Barr, a quien Mueller habrá de entregar su informe cuando lo concluya. El jueves pasado, la Cámara de Representantes votó abrumadoramente (420 contra 0) a favor de una resolución que pedía a Barr que el contenido del informe se haga público. Pueden ser días. Podrían ser meses. Puede ser extenso o de unas pocas páginas. El contenido podría ser extraordinario o decepcionante. Pero lo único que parece claro, a pesar de la enorme expectación, es que el informe de Mueller no será el final de nada sino el principio de algo.
Caben tres desenlaces. Uno, que el informe concluya que hay delito. Entonces el fiscal general debería decidir si procesa a Trump, algo muy improbable, o si sigue la doctrina del Departamento de Justicia que dice que solo el Congreso, mediante un impeachment, puede procesar al presidente mientras ocupa su cargo. Entonces remitiría las pruebas a la Cámara de Representantes, de mayoría demócrata, a la que la Constitución otorga la iniciativa en el impeachment. La segunda opción es que Mueller diga que en sus dos años de investigación no ha hallado prueba alguna de que el presidente haya cometido los delitos que investiga. Ese escenario alejaría el impeachment y dificultaría políticamente a los legisladores demócratas defender que deben dedicar toda su energía y tiempo a investigar al presidente, a pesar de que existen otros delitos posibles, otras líneas de investigación abiertas que nada tienen que ver con el informe Mueller. El tercer escenario es que diga que hay evidencia de mal comportamiento, pero que no considera que es suficiente para imputar al presidente. Algo parecido a lo que hizo en julio de 2016 el entonces director del FBI, James Comey, con Hillary Clinton. Las duras críticas que recibió Comey hacen difícil que Mueller elija esa tercera vía.
El impeachment de Trump es la gran incógnita política de 2019. La persona que tiene el botón rojo es Nancy Pelosi, la líder de la mayoría demócrata en la Cámara baja, y la semana pasada dijo con claridad lo que venía sugiriendo desde hace ya meses. “No estoy por el impeachment”, dijo en una entrevista en The Washington Post publicada el pasado lunes. “A no ser que haya algo tan convincente y abrumador para los dos partidos, no creo que debamos seguir ese camino, porque divide al país”.
Pelosi, con una mayoría de legisladores demócratas, se decanta por continuar investigando a Trump desde el Congreso hasta las elecciones de 2020, en ámbitos que van más allá del limitado encargo de Mueller. Al fin y al cabo, un 64% de los estadounidenses, según una encuesta realizada hace dos semanas, cree que el presidente cometió algún delito antes de llegar a la Casa Blanca.
Pero la estrategia de la veterana congresista va más allá. Nótese que se ha cuidado mucho de no descartar un impeachment. Su postura escéptica constituye un seguro ante un posible informe de Mueller decepcionante y, a la vez, fortalece su baza para ganarse el apoyo del público y de ciertos republicanos moderados en el caso de que el fiscal especial sí aporte sustancia.
Destituir a un presidente electo es uno de las competencias más delicadas del poder legislativo. Pero el respaldo popular, según los sondeos, es amplio. Cerca de un 45% de los estadounidenses apoyan un impeachment de Trump, todo un récord: en marzo de 1974, cinco meses antes de que dimitiera Richard Nixon, el 43% de los estadounidenses apoyaban su impeachment. Entre los demócratas, un 68% de los votantes apoya el impeachment de Trump, y solo una cuarta parte de los 235 congresistas se ha expresado públicamente a favor.
Obstrucción a la justicia por tratar de boicotear las investigaciones federales. Aceptar la ayuda de Rusia en la campaña. Violar las leyes de financiación electoral al pagar a amantes por su silencio. Son varios los comportamientos del presidente que los demócratas creen que encajarían en esos “otros delitos o faltas graves” que exige el artículo 2 de la Constitución para iniciar un impeachment.
Pero, aunque la iniciativa corresponde a la Cámara de Representantes, es la Cámara alta la que luego debe decidir por mayoría de dos tercios. Nunca, hasta la fecha, ha prosperado un impeachment en el Senado. Los partidarios de iniciar el proceso cuanto antes alegan que no necesitan esperar a las conclusiones de Mueller para saber que hay caso, y que no deben decidir en función de lo que vayan o no a hacer los republicanos. Pero la mayoría no desea iniciar un impeachment sin tener garantía del apoyo de un número suficiente de senadores republicanos, y eso solo sucedería con un informe de Mueller extremadamente contundente.
La expectación es tal que será difícil que el informe no defraude. Por eso la línea oficial de los demócratas es seguir investigando en la Cámara, ahora que la dominan. Así evitan retratarse como radicales ante los votantes moderados y, en cambio, sacan a relucir los trapos sucios del presidente, en la esperanza de que esos mismo votantes lo rechacen en las urnas el año que viene. Si aún así saliera reelegido, recuerdan, también podrían iniciar el impeachment en 2021.
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