Un cabezazo de Umtiti sirve a la selección gala para derrotar a una Bélgica brillante con el balón y alcanzar su tercera final mundialista tras las de 1998 y 2006
10 de julio de 2018 – San Petersburgo – Agencias.
Concreta y sólida, italiana o simeonesca si se quiere, Francia se plantó en la final del Mundial. La tercera de su historia, 20 años después de alcanzarla y ganarla en el campeonato que organizó en 1998, antes de perder la de 2006 ante Italia. Tumbó a Bélgica en un partido sobrio y con una de las armas que suelen acompañar a estos equipos tan pétreos: el balón parado. Del cabezazo de Umtiti en el arranque del segundo tiempo ya no se pudo reponer la atractiva Bélgica de Roberto Martínez. Se encontró con una selección que gestiona los espacios y el marcador como ninguna de las que ha participado en este campeonato.
Antoine Griezmann tiene en Didier Deschamps un ideólogo que maneja los mismos registros que su entrenador en el Atlético. Brillo, el justo, y cuando se puede. Eficacia, toda y más. Sufrimiento y sudor, por descontado. No luce Francia en ataque, pero deslumbra y gana con un trabajo defensivo en campo propio que apenas concede ocasiones. A Deschamps siempre le importó poco o nada la estética. Fue mediocentro defensivo, hizo un máster en el calcio en sus años en la Juventus y fue la dovela táctica de la Francia campeona de Aimé Jacquet. Su obra está a un partido de coronarle campeón del mundo como entrenador.
De las alienaciones se desprendió el anuncio de una batalla física contra la que Roberto Martínez trató de protegerse. Sumó a Dembélé por el sancionado Meunier, y a Witsel y Fellaini para contrarrestar el trivote disfrazado que Deschamps forma con Pogba y Kanté en el medio y Matuidi tirado a la izquierda. Con tanto cemento armado en el centro, el partido se inclinó a la banda izquierda, donde Hazard se había instalado. Como el ataque derecho de Francia lo ocupaba Mbappé, se vieron de cerca el uno al otro. Parecieron retarse de inicio.
El diez francés amenazó de salida con un bufido en la primera pelota que tocó. En la estampida, pegado a la cal. se llevó por delante a Vertonghen y ganó la línea de fondo, aunque sin consecuencias. Al aviso respondió Hazard con media hora primorosa en la que enalteció la figura de un mediapunta capaz de hacer el partido suyo arrancando desde un rincón. Cuando jugó bonito, con el regate, el cambio de ritmo y esa conducción tan pegada al pie que luce, fue una tortura para Pavard y cualquier francés que tratara de auxiliarle. Cuando jugó para asociarse, le dio sentido y veneno a la posesión.
En ese tramo gobernado por Hazard se definieron las líneas maestras del partido. Francia se empleó como se siente más cómoda. Ocupó los espacios y dejó que Bélgica se explayara con el balón con De Bruyne como mejor socio del creativo del Chelsea. Entre los dos fabricaron la primera gran ocasión de los belgas cuando el volante del City prolongó una pelota con la puntera en alto de la que Hazard arañó un disparo cruzado. Al poco, crujió otra vez a Pavard en el lateral del área y sacó un zambombazo que no agujereó la red de Lloris porque antes raspó la cabeza de Varane. Del rebote del posterior saque de esquina, Alderweireld pudo darle la ventaja a Bélgica, pero se encontró con otro vuelo imposible de Lloris. Si en los cuartos su parada al cabezazo de Cáceres quedará en la retina del Mundial, su estirada al remate del central belga también tiene pinta de que será recordada si Francia se corona.
Ni Dechamps ni Francia se alteraron por la hegemonía belga con la pelota. Su plan era otro, recto, vertical y a toda pastilla a cada pérdida de los belgas que pudiera transformar en una transición sencilla pero trepidante. Cada uno jugó en su ley, con señales inequívocas que trazaban las propuestas. Si Bélgica producía ataques madurados desde atrás y acelerados por Hazard, Francia se plantaba en las inmediaciones con uno o dos toques en apoyo. La figura de cada nueve también mostró la trama del duelo. Mientras los belgas buscaron poco o nada a Lukaku, los franceses jugaron a la diana con Giroud con patadas largas a la mínima que no merecía la pena arriesgar en los trámites del juego.
Con esos trazos, el choque se fue al descanso empatado a cero porque el tobillo de Courtois evitó que Pavard convirtiera en gol un buen pase filtrado de Mbappé. La reanudación trajo madrugador el gol de Umtiti. Un cabezazo a un córner cerrado por Griezmann. Si contra Uruguay otra rosca del rojiblanco la cazó Varane, esta vez fue el central del Barcelona el que se anticipó para conectar un testarazo incontestable. La pelota parada está resultando decisiva en este Mundial y Francia tiene un lanzador excepcional y un arsenal de contundentes y agresivos rematadores.
Ya en ventaja, Francia se empeñó aún más en su repliegue. Mbappé dedicó un lujo de tacón para dejar solo a Giroud, pero este anduvo lento en el remate. No arriesgó nada ya la selección de Deschamps. Cuando pudo salió a la contra y cuando no trató de dormir el partido con Griezmann de maestro de ceremonias. Martínez metió a Mertens y Carrasco para tener más regate y centro, pero no le dio para mucho. Un cabezazo de Fellaini y un disparo lejano de Witsel repelido por Lloris. Si Martínez metió dinamita, Deschamps respondió con hormigón con N’zonzi y Tolisso. Eso le valió para alcanzar su tercera final en un Mundial. Sin brillo, pero plena de eficacia y orden. Italia no vino a este Mundial y Simeone no dirige, pero Francia los rememora partido a partido.
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