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Hospitales de guerra en Ciudad de México

Algunos centros sanitarios de la capital mexicana atienden a víctimas y verdugos del crimen organizado. En ellos se sufre la falta de medicinas y el exceso de pacientes

12 de diciembre de 2017 – México – Agencias.

En terapia intensiva del hospital Balbuena, los médicos aseguran que más que salvar vidas, reviven a los muertos. Hasta allí llegan los pacientes más graves de una de las zonas más consumidas por la violencia de la Ciudad de México. En su sala de urgencias hay un buen número de baleados, acuchillados, asaltados o atropellados. En él no hay tregua.

Los vecinos de Tepito, la Merced o la Guerrero van al Balbuena. Son los barrios más bravos, donde la tragedia ocurre 24 horas al día, 365 días al año. “Todos hemos tenido que operar con policías rodeándonos”, relata un cirujano del centro que prefiere no dar su nombre. Aquí los enfermos de gripe se mezclan con víctimas y autores de asaltos. En estos hospitales en los que se cura a los heridos que va dejando la violencia, el personal denuncia que además faltan medicinas y están desbordados. “En el área de choque hay unas 10 ó 12 camas y a veces está al doble de su capacidad”, cuenta un médico interno.

“Llegan muchos heridos por accidentes de tráfico. A veces vienen narcotraficantes, secuestradores o asesinos, algunos procedentes de la cárcel. En alguna ocasión han entrado armados al centro para llevarse a su compañero recién operado. Y también nos hemos encontrado atendiendo a la vez al asaltante y a su víctima. Uno enfrente del otro, mirándose a los ojos”, sostiene Mario, un cirujano del Balbuena con 25 años de experiencia que como el resto del personal médico que participa en este reportaje prefiere no dar su nombre real por miedo a sufrir represalias en su trabajo.

Aquí se topan con la violencia de la Ciudad de México que sufre una de las peores epidemias de asesinatos de los últimos años. Entre mayo y agosto de 2017 la tasa de homicidios dolosos fue la más alta desde 1997 cuando comenzaron los registros, según el Observatorio Ciudadano de la capital. En el primer semestre de este año se denunciaron 541 crímenes de este tipo lo que supone en torno a un 30% más que en 2013.

Las secuelas que dejan estos datos llegan hasta el Balbuena, pero el hospital es sagrado. En su interior las disputas se enfrían y los disparos se frenan. Aquí es el médico el que tiene el mando. Pero burlar la seguridad no parece excesivamente complicado y aunque en su interior se celebre una tregua, en ocasiones el crimen también se salta esta regla.

“Hace mucho que no ocurre pero, años atrás, un miembro del narcotráfico resultó herido, vinieron sus compañeros a sacarlo y el asistente de la dirección recibió una buena tunda. Tampoco es lo habitual pero hace seis o siete meses hubo una pelea en la Merced, llegaron aquí heridos y, tanto dentro como fuera del hospital, se agarraron a trancazos”, relata Mario.

Pero sanar las heridas de la violencia no es exclusivo del Balbuena. En el hospital de la Villa o el Regional Iztapalapa se atiende también las bajas que va dejando el crimen organizado. “Acabamos de tener dos heridos de bala que son padre e hijo y a otro que fue acuchillado en la garganta”, cuenta una enfermera del primero. Situados en zonas cercadas por el crimen organizado, sobre todos ellos recae un mismo estigma: son hospitales de guerra. Un concepto que utiliza el personal médico para denominar aquellos centros donde llegan numerosos pacientes en estado crítico, faltan medicinas y sobran enfermos.

“Muchos médicos acaban comprando el material o consiguiéndolo en otro lado. En estos hospitales el personal pone todo su corazón y parte de de su bolsillo”, relata vía telefónica Rosa, una doctora del hospital Regional Iztapalapa.

Curar graves heridas con carencias

Mientras pide su almuerzo frente al hospital de la Villa, una recién licenciada en enfermería cuenta que si no hay bolsas para la orina se aprovechan los goteros cuando se terminan. En el Xoco, dos enfermeras interrumpen su café para denunciar que en ocasiones les faltan vacunas como la del tétanos y medicinas como la Enoxaparina y un médico añade que tampoco tienen algunas suturas y que a veces ni siquiera hay suficientes sábanas limpias. “Pese a todo, siempre nos las apañamos para ofrecer lo que el paciente necesita, buscando un medicamento que lo sustituye y mirando alternativas”, señala otro doctor de este centro, que aunque alejado de la violencia, también se considera un hospital de guerra.

“Diosito es grande”, se escucha con júbilo en uno de los quirófanos del Balbuena durante una intervención. Las expresiones serias y concentradas se han transformado, de repente, en sonrisas y muestras de alegría. Entre los bisturís y pinzas de disección se han encontrado con un material del que nunca creyeron que dispondrían. Un clavo del tamaño exacto para el hombro del paciente operado. “Sobró en otra operación, lo esterilicé y lo traje por si era necesario”, aclara la enfermera ante la sorpresa de los médicos. Una imagen que evidencia la carestía que ocurre en estos centros, pero que no es exclusiva de la Ciudad de México. La falta de medicinas y la saturación de enfermos se produce en otros muchos hospitales del país.

“Tenemos lo mínimo indispensable y con ello hacemos cosas de las que se sorprenderían en otros hospitales. A veces no tenemos suturas adecuadas para dar contención al tejido dañado y, sin embargo, a los pocos días el paciente ya camina. Por eso decimos que son hospitales de guerra”, cuenta otro cirujano del Balbuena.

Administrados por la Secretaría de Salud de la capital -que ha preferido no hacer declaraciones para este reportaje-, en estos hospitales se atiende al paciente aunque no tenga seguro médico. A ellos llegan los más desprotegidos, los más pobres de los barrios más humildes de la capital mexicana. Se convierten así en la única esperanza para quien no tiene trabajo o su empleo forma parte del extenso campo de la economía informal en México.

Alejados ya de aquellos años en los que “a veces no había ni jeringas y escaseaba la comida”, cuenta Rosa, la batalla continúa para suturar las heridas que deja a su paso el crimen organizado. Una lucha, rodeada de carencias, en la que un cirujano como Mario, con 25 años de experiencia, ejerce por no más de 14.000 pesos (740 dólares) la quincena. “Con una cirugía privada gano lo mismo que 15 días aquí. Quienes aquí trabajamos lo hacemos por vocación. No se explica de otra forma”.

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