25 de julio de 2017 – México – Elpaís.
Servando Gómez Martínez, La Tuta, está subido a un escenario y, aunque avisa que no ha jugado una partida en su vida, se arranca con un discurso sobre las piezas del ajedrez. Lo que sucede en el penal de máxima seguridad del Altiplano durante el siguiente cuarto de hora es un despliegue de verborrea filo-militar y alusiones narco-medievales del último gran capo detenido en México, líder de una de las organizaciones más estrafalarias, sangrientas y poderosas: Los Caballeros Templarios.
“Poder y gloria con la fuerza descomunal de un elefante y los sabios consejos de un alfil. Fiel y noble consejero de nuestro rey y valeroso guerrero que como espada templaria y dolorosa traspasas a nuestros enemigos de lado a lado y de punta a punta en el campo de batalla de forma eficaz y fulminante, atravesando las líneas enemigas y dejando atrás la sangre derramada de nuestros adversarios”, dice, entre el desconcierto de funcionarios y las risas de los reclusos, este antiguo maestro de escuela, devoto del ocultismo y escurridizo narco que mantuvo en vilo al Estado mexicano hasta su captura en 2015.
La Tuta lee su discurso con tono enfático, apoyado en un atril y levantando las manos como un predicador en una homilía. A su espalda hay un cartel: “El ajedrez como herramienta de reinsercción social”. La excusa de la charla, publicada en vídeo por Televisa, es un programa organizado por la Fundación Kaspárov, que lleva años utilizando el ajedrez como herramienta de sociabilidad en las cárceles. De su introducción –”esto es de ayer para acá”– y de sus agradecimientos –”a la señora directora, por darme la oportunidad”– se deduce cómo se fraguó la peregrina idea de ponerle un altavoz al capo más locuaz y telegénico de la escena criminal mexicana, al profesor que acostumbraba a colgar vídeos en Youtube a cara descubierta con mensajes amenazantes al Gobierno o explicando las bondades de su espeluznante organización.
Los Caballeros Templarios nacieron en 2011 como una escisión de La Familia Michoacana, que había irrumpido cinco años antes en medio de la batalla por los territorios del suroeste de México, uno de los mayores graneros de marihuana y opio del país, que por entonces libraban Los Zetas y el cartel de Sinaloa. Su carta de presentación fue arrojar en la pista de baile de una discoteca en Michoacán cinco cabezas cortadas y un mensaje de bienvenida: “La Familia no mata por dinero, no mata mujeres, no mata inocentes, muere quien debe morir, sépalo toda la gente. Esto es: Justicia Divina”.
El nuevo grupo criminal, imbuido por un inquietante espíritu pseudo-místico y regionalista logró ganarse el favor de amplias zonas rurales de Tierra Caliente hasta hacerse con el control de la zona. Con el tiempo, además de marihuana y metanfetamina, cuyos precursores químicos entraban desde Oriente por el puerto de Lázaro Cárdenas, expandieron su actividad delictiva a la extorsión y los secuestros, se adueñaron de varias minas ilegales de hierro y de gran parte de la producción del aguacate y el limón.
“Un fervor casi religioso, cercano al culto, inspira a La Familia, algunos de cuyos integrantes se refieren al mercado de la marihuana y la cocaína como ‘regalos del cielo”. Así definía la embajada de EE UU el ethos de la organización en uno de los cables filtrados en el caso Wikileaks. Nazario Moreno González, El Chayo, –dado por muerto en dos ocasiones– era el líder espiritual de ese delirio narco-sacramental.
Los nuevos miembros que entraban en el cartel recibían un librito rojo, una especie de evangelios de la mafia, una narco biblia titulada Me dicen ‘El más Loco’, inspirada en una variante evangélica que Moreno González había conocido a su paso por las cárceles texanas. Muchos sicarios eran reclutados en sectas y centros de drogodependientes, que tras ser sometidos a un intenso adoctrinamiento acostumbraban a invocar pasajes bíblicos antes de torturar y asesinar a sus rivales.
Felipe Calderón decidió dar un golpe en la mesa y lanzó en 2010 a las fuerzas federales sobre el cuartel general del cartel en Apatzingan, la mayor ciudad de Tierra Caliente y el corazón de la violencia en Michoacán. El Gobierno dio por muerto a El Chayo y proclamó la disolución de La Familia. A partir de ahí, la organización se partió y nacieron los Templarios. La Tuta fue un fiel escudero del fantasma vivo del Chayo hasta su verdadera muerte en un segundo golpe del Ejército en 2014.
¿Quién no da orgullosamente su vida por aquel personaje? –dice casi al final de su discurso el capo preso–, que con sus sabios actuares y su noble forma de reinar hace que sus gobernados y sus comarcas gocen de total paz, libertad y soberanía; sin ti, mi rey, no somos nada, gracias”.
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