1 de septiembre de 2017 – México – Agencias.
La renegociación del Tratado de Libre Comercio (TLC) se ha vuelto, muy pronto, un quebradero de cabeza para el Gobierno mexicano. Los peores fantasmas han aflorado en menos de 15 días, el tiempo que ha transcurrido desde la primera ronda de conversaciones en Washington hasta la segunda, que se inicia este viernes en la capital mexicana. A las continuas amenazas de Trump de iniciar la salida del tratado se han unido los vaivenes del discurso de México, que ha pasado de restar importancia a la intensidad tuitera de Trump a admitir que prepara un plan B por si EE UU da por finiquitado el tratado comercial que une a ambos países con Canadá desde hace 23 años. Para más inri, el archienemigo del actual gobierno y líder en las encuestas, Andrés Manuel López Obrador, ha avivado el fuego al pedir que las negociaciones se aplacen hasta después de las elecciones presidenciales de julio de 2018.
Las delegaciones estadounidense, mexicana y canadiense tratan de aislarse del ruido externo y siguen teniendo una fecha entre ceja y ceja: el 31 de enero de 2018. Por ambicioso que parezca, todavía mantienen la fe en llegar a un acuerdo antes de esa fecha para evitar que el proceso se vea empañado por una precampaña electoral en México que se espera especialmente bronca. López Obrador, en una entrevista con el diario estadounidense The Wall Street Journal, exhortó este jueves al Ejecutivo de Enrique Peña Nieto a “esperar”. “Y al final así será porque no tienen tiempo”, dijo. El líder del partido izquierdista Morenaopinó, además, que “no es conveniente buscar un acuerdo bajo presión”. Desde que se iniciaron las conversaciones, es la primera vez que el líder de Morena se manifiesta sobre la renegociación de un tratado sobre el que siempre ha sido crítico.
Pese a los altibajos y la complejidad de las conversaciones, quienes más cerca están de la mesa de diálogo todavía ven factible cumplir los plazos fijados por el Gobierno mexicano. Los riesgos, no obstante, siguen estando encima de la mesa. “El peligro de que Trump opte por repudiar el tratado había disminuido en los últimos meses, sobre todo desde finales de abril”, apunta un alto empresario mexicano. Pero en las últimas semanas —“desde lo que ocurrió en Charlottesville”– ha aumentado: un Trump débil, dicen quienes vivieron de cerca la primera ronda de negociaciones, puede ser más irracional que nunca. Si su fragilidad sigue al alza, insisten estas fuentes, el riesgo de que el TLC salte por los aires será mayor. De momento, este jueves, hubo cierta tregua. Trump y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, mantuvieron una conversación telefónica en la que acordaron trabajar para lograr una renegociación fructífera: “Destacaron su esperanza de llegar a un acuerdo a finales de este año”, señaló la Casa Blanca en un comunicado.
La volatilidad de Trump, que ha insistido en atacar a México en todos los frentes —TLC, seguridad, el muro— ha vuelto a sacudir al Gobierno de Peña Nieto. México restó importancia a la primera amenaza de 140 caracteres de Trump al poco de concluir la ronda de Washington; cuando los ataques continuaron, la Cancillería emitió el comunicado más rotundo desde la llegada del magnate a la presidencia de la primera potencia mundial. Sin embargo, ante la insistencia en las provocaciones de Trump y las amenazas de que iniciaría la salida del tratado —un proceso que llevaría 60 días— México tuvo que admitir que trabaja en un “plan alternativo” y que no descarta el peor de los escenarios: el fin del TLC. De hecho, el secretario de Economía y líder negociador, Ildefonso Guajardo, no descartó esta semana que después de esta ronda de conversaciones en la Ciudad de México se diese un impasse. Varios analistas consideran que es el momento de que México dé un golpe en la mesa y deje claro que, en caso de fin de las negociaciones, no solo se terminará este acuerdo comercial, sino que tendrá que haber un cambio en la cooperación en materia de migración y seguridad.
Si Trump da por terminado el tratado, el comercio bilateral entre EE UU y México pasaría a regirse por la normativa de la Organización Mundial del Comercio (OMC), como todos los intercambios entre países que no están unidos por un acuerdo de libre comercio. México podría imponer un arancel medio superior al 30% a los productos procedentes de fabricación estadounidense, mientras que su vecino del norte solo podría fijar una tarifa media del 3,5%. Dentro de lo malo, el panorama no sería tan negativo para el país latinoamericano.
Hoy, recuerda Jaime Zabludovsky —uno de los padres del TLC actual—, el 70% del comercio internacional de EE UU es con países con los que no tiene firmado ningún tratado comercial. “Lo importante del plan B es que mantenga las condiciones de acceso al mercado y una economía abierta”, subraya. Bajo el segundo precepto, el de la “economía abierta”, quien fuera subsecretario de Negociaciones Comerciales Internacionales entre 1994 y 1998 aboga por que el Gobierno mexicano no aproveche todo el margen que le otorga la OMC. Esa solución —apostar por un arancel bajo o incluso inexistente aun cuando México tendría mucho espacio al alza— tendría una venta política compleja. Pero, según Zabludovsky, asesor del sector privado en el proceso de renegociación, situaría a México en una mejor posición económica a futuro. No obstante, pase lo que pase con el tratado, se muestra seguro de que “después de Trump” la integración entre EE UU, México y Canadá volverá a aumentar. “Es un proceso imparable”, sentencia.
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