En un año donde se decide el control de las Cámaras, el presidente busca satisfacer a su electorado con gestos como la ruptura del pacto nuclear
9 de mayo de 2018 – Washington – Agencias.
Irán está en Wisconsin. Pero también en Ohio, Kansas, Pensilvania… El presidente Donald Trump juega la partida internacional en clave interna. Liquidada el ala moderada de la Casa Blanca, el presidente estadounidense ha hecho oídos sordos al terremoto mundial desencadenado por la ruptura del pacto nuclear con Irán y ha primado su supervivencia política. No solo ha propinado otro varapalo al legado de Barack Obama, sino que ante sus votantes se vanagloria de haber cumplido una promesa más. En un año electoral, donde se decide el control de las Cámaras y su suerte ante un posible impeachment, Donald Trump no ha golpeado a ciegas, sino buscando el voto.
Trump ha puesto la política imperial al servicio de sus intereses electorales. No es la primera vez ni será la última. Lejos de la imprevisibilidad que se le atribuye, el presidente está cumpliendo a rajatabla su programa. Una retahíla de promesas que alarmaron en su día al mundo pero que ahora ya muestran los rasgos de un legado histórico. En el camino han quedado el Acuerdo del Transpacífico, el Pacto contra el Cambio Climático, los dreamers, la buena vecindad con México o la cercanía con Europa. El América Primero de aquellos mítines ha pasado de ser demagogia a formar un corpus político que la Casa Blanca mide en votos.
La estrategia persigue la polarización. Trump, como recuerdan los expertos electorales, no busca el consenso. Dividir, para él, es ganar. El objetivo de esta fricción permanente es mantener activa esa gran masa de electores, mayoritariamente blancos y rurales, que le dio la victoria. En ese segmento, Trump es poderoso. Incluso en las encuestas de valoración general, que tan desfavorables le han sido, el magnate obtiene esta semana su mejor puntuación del último año (41% en población general, 53% entre aquellos que acuden a misa semanalmente, según Gallup).
Con la economía en crecimiento, el menor desempleo desde 2000 (3,9% en abril) y la imagen de un presidente capaz de demoler la obra de su antecesor, Trump está recogiendo en casa los frutos de su ofensiva exterior. La efervescencia llega al punto de que entre sus seguidores corre la especie de que puede lograr el Premio Nobel de la Paz. “Todo el mundo lo cree así, pero yo jamás lo diría. El premio que quiero es la victoria para el mundo”, se ufanó ayer el mandatario.
A esta sensación de euforia contribuye la calma que reina en su partido. Con el senador John McCain fuera de juego, ya quedan pocos capaces de liderar la contestación. Por el contrario, los republicanos han abandonado su belicosidad inicial y se han apiñado a su alrededor. Ya no hay motines como los vistos durante la tramitación de la contrarreforma sanitaria.
Las elecciones del 6 de noviembre, con la renovación total de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, han catalizado este apoyo. La mayoría de los conservadores ha concluido que situarse contra el presidente puede reducir sus expectativas de victoria. Y Trump no ha dejado pasar la oportunidad. Más allá de la paz legislativa, en un momento en que las investigaciones del fiscal especial sobre la trama rusa avanzan a pasos agigantados, ganar los comicios y mantener el control de ambas Cámaras le blinda de un posible impeachment.
En este escenario, la inmensa ola de condena internacional por el abandono del pacto nuclear suena lejana, pero no deja de tener eco interno. Los forjadores del acuerdo de 2015, conscientes de los riesgos que entraña la salida, se han lanzado en tromba.
“Donald Trump ha mentido sobre el pacto nuclear con Irán, ha socavado la confianza internacional en los compromisos adquiridos por Estados Unidos, se ha apartado de sus aliados más cercanos, ha fortalecido a los halcones iraníes y ha dado más razones a Corea del Norte para mantener sus cabezas nucleares. Esta locura es un peligro para nuestra seguridad nacional”, ha dicho el exdirector de la CIA (marzo 2013 – enero 2017) John Brennan. “Trump ha empozoñado el discurso político y ha convertido las más importantes cuestiones de seguridad nacional en un reality show”, ha señalado Ben Rhodes, asesor de Obama y uno de los forjadores del pacto.
Son críticas que en territorio republicano no computan. Pertenecen a la polarización que tanto fomenta la Casa Blanca y que tan buenos resultados le dio en las elecciones a Trump. Antes que erosionarle, le muestran a cuerpo completo. Más Trump que nunca.
“En el pacto con Irán, Trump ha seguido sus instintos. Y sus instintos le pedían matar el acuerdo con Irán. Una vez tomada la decisión, no hay espacio para las medias tintas”, ha escrito el analista conservador Jonathan Schanzer.
En esta radicalización ha influido la guillotina aplicada a los miembros del gabinete que ejercían de contrapeso a sus decisiones más estridentes. Eliminada el ala moderada y entronizados los halcones al frente de la Secretaria de Estado y el Consejo de Seguridad Nacional, el magnate se siente libre y reforzado para el siguiente desafío: Corea del Norte. Una batalla a la que el presidente considera que tras la ruptura del pacto con Irán llega con más fuerza.
Lejos de debilitar la credibilidad del compromiso estadounidense, para la Casa Blanca la salida representa un golpe de autoridad que les permite exigir un acuerdo de máximos. “Mi decisión envía un mensaje crucial [a Corea del Norte]. Estados Unidos ya no lanza amenazas vacías”, afirmó Trump al romper el acuerdo. Ahora le toca materializar sus palabras. El mundo aguarda; Wisconsin, Ohio y Kansas, también.