El presidente, tras los ataques contenidos en el libro ‘Fuego y Furia’, se enfrenta a su antiguo estratega jefe e intenta forzar su despido del portal ultra Breitbart
5 de enero de 2018 – Washington – Agencias.
Donald Trump y Steve Bannon ya son oficialmente enemigos. La publicación de Fuego y Furia, el demoledor retrato de la Casa Blanca, ha catalizado una ruptura que ya se atisbaba y mostrado que el presidente y su antiguo estratega jefe caminan en direcciones opuestas. Bannon, rumbo a la marginalidad, y Trump hacia los brazos del establishment republicano. Acuciado por la necesidad de sacar adelante sus grandes proyectos legislativos en migración e infraestructuras, y temeroso de una derrota en las elecciones de noviembre próximo, el presidente ha abandonado su antigua desconfianza y ha iniciado una etapa de colaboración con el Partido Republicano.
El repudio presidencial a Bannon, el gran agitador mediático de la ultraderecha, es fruto de un largo proceso. Aunque Trump mantiene la inestabilidad y el insulto como fuerza motriz de su presidencia, se ha ido desprendiendo de los personajes más virulentos que le acompañaron en campaña. El primero en ser apartado fue el islamófobo teniente general Michael Flynn, luego vinieron ejemplares como el asesor Sebastian Gorka y ahora ha tocado el turno de enterrar a Bannon, en una clara demostración de que el adalid de la deconstrucción del sistema no ha logrado soportar el contacto con la realidad de Washington.
La primera señal de su hundimiento llegó en abril pasado, cuando fue expulsado del Consejo de Seguridad Nacional, después de que el teniente general Herbert Raymond McMaster exigiese su marcha por sus peroratas radicales sobre asuntos de altísima sensibilidad militar. Fue un fenómeno que se repitió en otros entornos. La ideología de Bannon, una amorfa combinación de odio, nacionalismo y pólvora libertaria, empezó a generar anticuerpos en la propia Casa Blanca. El yerno del presidente, Jared Kushner; el consejero jefe económico, Gary Cohn, y finalmente el jefe de gabinete, John Kelly, formaron un frente que logró en agosto su destitución.
Volvió entonces Bannon a la presidencia de Breitbart News, el portal de la ultraderecha supremacista desde el que había apoyado a Trump en campaña. Su objetivo declarado era trabajar en territorio libre contra el aparato republicano, el pantano que, a su juicio, ahoga la política presidencial. Con tal fin, quería liderar una “insurrección” y desestabilizar a los grandes nombres del partido conservador, especialmente a su líder en el Senado, Mitch McConnell.
Pero el movimiento no tardó en colocarle en rumbo de colisión con Trump. En Alabama, al alimón con Sarah Palin, respaldó al antediluviano Roy Moore, un candidato rechazado en principio por la dirección del partido y el presidente. El estrepitoso fracaso de Moore y, semanas después, la aparición del demoledor libro Fuego y Furia, en el que atacaba abiertamente a los hijos de Trump y mostraba su desdén hacia el mandatario, acabaron por romper la baraja.
La Casa Blanca decidió poner fin a cualquier vínculo y golpeó con toda contundencia. El miércoles, el presidente le acusó de “haber perdido la cabeza” y señaló que ni representaba a su base electoral ni había tenido tanta influencia sobre él. En un segundo y venenoso paso, la portavoz Sarah Huckabee Sanders lanzó el jueves un mensaje a los dueños de Breitbart, conminándoles a alejarse de Bannon.
El aviso fue entendido. Los últimos defensores de Bannon en el Partido Republicano se apartaron de él, el consejo de administración de Breitbart empezó a discutir su salida y la familia Mercer, que desde hace años ha sido su gran sostén económico, emitió un comunicado de apoyo a Trump. “La familia Mercer se ha deshecho recientemente del filtrador conocido como Estrafalario Steve Bannon”, remató el viernes en un tuit el presidente. La ruptura era ya oficial. “No conozco a nadie en el movimiento conservador que apoye a Bannon frente a Trump ahora mismo”, señaló el responsable del portal conservador Newsmax, Christopher Rudy.
Alejado ya definitivamente de la sombra de su antiguo jefe de estrategia, Trump se lanzó ayer en brazos del establishment conservador y dio inicio a un retiro de dos días con McConnell y el líder republicano en la Cámara de Representantes, Paul Ryan, para trazar el plan de 2018. Es un ejemplo más de la luna de miel que vive el presidente con su partido. Tras unos primeros meses de alta tensión, especialmente por el fracaso a la hora de acabar con la reforma sanitaria de Barack Obama, el mandatario y los líderes parlamentarios han vuelto a unir fuerzas. La aprobación a finales de diciembre de la reforma fiscal, el mayor proyecto legislativo de Trump, ha cimentado esta relación y ha hecho ver al presidente que la asociación le puede brindar excelentes frutos.
Bajo este prisma, el objetivo inmediato de la Casa Blanca es sacar a adelante el titánico plan de infraestructuras, dotado con un billón de dólares, y el paquete migratorio, que incluye el muro con México y para el que pide 18.000 millones de dólares. A la vista están también las elecciones del 6 de noviembre, en las que se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Son unos comicios clave. La pérdida del control republicano estrecharía el margen de maniobra del presidente y pondría en dificultades su gran sueño: la reelección.
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