Mike Pompeo, hasta ahora director de la CIA, dirigirá la diplomacia en uno de sus desafíos históricos: el cara a cara con el líder de Corea del Norte
13 de marzo de 2018 – Washington – Agencias.
Donald Trump abrió este martes una nueva crisis en su turbulento Gabinete. A los pocos días de aceptar reunirse cara a cara con el líder norcoreano, Kim Jong-un, el presidente de EE UU anunció la destitución fulminante de su secretario de Estado, Rex Tillerson, y su recambio por el director de la CIA, el halcón Mike Pompeo. La jefatura de la CIA será ocupada a su vez por la tenebrosa Gina Haspel, quien supervisó las torturas practicadas en la cárcel secreta de Tailandia. Tanto el puesto de Pompeo como el de Haspel requieren de confirmación del Senado. Con la trepidante salida de Tillerson, cuyo mandato ha sido inusualmente breve para un secretario de Estado, cae otro de los pesos pesados del sector moderado (la semana pasada fue el consejero económico, Gary Cohn) y se confirma una vez más la vertiginosa capacidad de Trump para quemar equipos.
El mazazo se hizo oír. El despido de Tillerson no tuvo contemplaciones. Fue puro Trump. Un tuit y fuera. El propio Departamento de Estado, en un insólito comunicado firmado por el subsecretario Steve Goldstein, hizo saber que Tillerson no había hablado con el presidente esa mañana y que desconocía el motivo de la destitución. “El secretario tenía toda la intención de permanecer debido a los progresos tangibles hechos en materias críticas de seguridad nacional”, remacha la nota. Dos horas después, Goldstein también fue despedido.
El golpe tiene un significado estratégico. Pasado el primer año de mandato, el presidente afronta en noviembre unas elecciones claves en el Senado, la Cámara de Representantes y 39 gubernaturas. Ante los previsibles vaivenes, Trump quiere reforzar el ala dura republicana y quitarse de encima a todo aquel que, como Cohn y Tillerson, frenan su narrativa.
En este realineamiento también incide una agenda exterior que Trump trata como una cuestión de política interna. La guerra tarifaria ha dado comienzo, el Tratado de Libre Comercio con América del Norte está en la cuerda floja, el pacto con Irán debe ser renovado en cuestión de semanas y, en un giro inesperado, el presidente ha aceptado un cara a cara con el déspota norcoreano. Un diálogo de alto voltaje que puede acabar en un estrepitoso fracaso y redoblar, para espanto del mundo, el pulso nuclear.
Ante este horizonte explosivo, Trump se ha dejado guiar por sus instintos y ha apostado por quienes le son más fieles y próximos. Entre ellos, Mike Pompeo. “Con Tillerson discrepaba en algunas cosas, como el acuerdo con Irán; en cambio, Pompeo y yo tenemos procesos de pensamiento similares”, dijo Trump este martes a los periodistas.
El despido reafirma que con este presidente, el Gabinete ha pasado a ser de los más convulsos de la historia de Estados Unidos, Su tasa de reemplazo es del 43% y no hay mes en que no caiga un alto cargo. Abrió la cuenta el consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, quien solo permaneció 24 días, y le han seguido el jefe de Gabinete, Reince Priebus, y el estratega jefe, Steve Bannnon, entre otros. Tillerson ha durado 13 meses. Aunque supone más tiempo que sus colegas, resulta inusitadamente poco para un secretario de Estado, de hecho, según los primeros cotejos, ninguno había sido despedido en tan poco tiempo en el último siglo.
La destitución, pese al ruido, no ha causado sorpresa. Tillerson, antiguo patrón del gigante petrolero Exxon, chocó desde las primeras semanas con el mandatario. Reflexivo y acostumbrado a acuerdos a largo plazo, su gestión se ha visto continuamente sacudida por el estilo Trump y sus intempestivos tuis. Esta pésima relación quedó en evidencia cuando en julio se filtró que, tras una disputa en el Despacho Oval, Tillerson, desesperado, había dicho a su equipo que Trump era un “estúpido”. Una afirmación que nunca desmintió, y que llevaron al mandatario a humillarle públicamente con el siguiente comentario: “Creo que es información falsa; pero si lo dijo, entonces supongo que tendremos que comparar nuestros coeficientes de inteligencia. Y te puedo asegurar quién va a ganar”.
El desprecio trascendía lo personal. Trump impuso su apisonadora al Departamento de Estado ahí donde pudo. Recortó un 30% su presupuesto y, en cada ocasión, mostró su desagrado con las directrices de Tillerson. Ocurrió con su apuesta por un diálogo con Corea del Norte, que en su día Trump consideró “una perdida de tiempo”; pero también con el Acuerdo de París contra el Cambio Climático, con el desplazamiento de la Embajada de EE UU a Jerusalén, con la relación con Moscú, con la guerra tarifaria y con el pacto nuclear con Irán, apartado este último que el secretario de Estado salvó a duras penas gracias al apoyo del consejero de Seguridad Nacional, Herbert McMaster, y el secretario de Defensa, James Mattis. Una decisión de la que Trump, pese a haberla asumido, no dejaba de quejarse en público y en privado.
Las desavenencias eran tan notorias que habían convertido a Tillerson en un cadáver andante. En Washington se acuñó el término Rexit (de Rex y Brexit) para referirse a su inminente marcha y se hablaba abiertamente de su sustitución por Pompeo. Su falta de carisma y el escaso respaldo que le brindó el cuerpo diplomático, para quien nunca dejó de ser un extraño, aumentaron una sensación de provisionalidad que se ha precipitado con el cara a cara que el presidente decidió mantener con el Líder Supremo norcoreano. Esta fue, según los medios estadounidenses la gota que colmó el vaso.
Trump recibió el jueves pasado en la Casa Blanca a los emisarios surcoreanos que se habían entrevistado con Kim Jong-un y le trasladaron su oferta de diálogo directo. Para sorpresa de los presentes en la reunión, Trump aceptó el reto sin consultar con nadie y además ordenó que el propio legado de Seúl fuese el encargado de anunciarlo al mundo en la Casa Blanca. Solo una vez tomada la decisión, Tillerson fue informado.
El secretario de Estado se hallaba en África de viaje y el golpe, el inmenso desprecio a su consejo y a los oficios del cuerpo diplomático, le dejaron aturdido. Tanto que, según los medios estadounidenses, tuvo que cancelar todas sus actividades alegando un repentino malestar. Cinco días después, Trump ha anunciado su destitución.
Pompeo, sobre quien ahora recae la estrategia diplomática con Corea del Norte, es un viejo conocido del presidente. Antiguo congresista republicano, a ambos les unen una ideología conservadora y unos modales francos, incluso despiadados. Fiel defensor de la línea dura, Pompeo, que en su día recomendó a Tillerson, ha ido ganado peso en la Casa Blanca. Su claridad expositiva y su división del mundo en amigos y enemigos es muy apreciada por el presidente.
Esta querencia se hizo evidente este martes, cuando al anunciar la crisis de gobierno, ensalzó en un comunicado la figura de “Mike”: “Como director de la CIA, Mike se ha ganado el aprecio de los miembros de ambos partidos mejorando la recogida de inteligencia, modernizando nuestras fortalezas defensivas y ofensivas, y estrechando lazos con nuestros amigos y aliados en la comunidad internacional de inteligencia. He llegado a conocer a Mike muy bien en los últimos 14 meses y estoy seguro que es la persona adecuada para esta coyuntura crítica. […]. Él continuará nuestro programa de restauración de América (…) y buscando la desnuclearización de Corea del Norte”. A Tillerson ni siquiera le llamó para darle explicaciones.
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