La victoria da nuevos bríos a la Casa Blanca, tras su fracaso con el Obamacare, pero aún tiene que superar el filtro del Senado
16 de noviembre de 2017 – Washington – Agencias.
El presidente Donald Trump ha logrado su primera gran victoria parlamentaria con la aprobación en la Cámara de Representantes de su reforma fiscal por 227 votos contra 205. El proyecto, el de mayor envergadura en 30 años y que supone un recorte en impuestos de 1,4 billones de dólares en 10 años, le permite sacarse la espina de su estrepitoso fracaso en julio con el Obamacare y mirar al futuro con nuevos bríos. Pero el triunfo aún es limitado. Tiene que pasar el filtro del Senado, donde la mayoría republicana es exigua y ya circula otro proyecto. Una derrota en la Cámara Alta sería demoledora para Trump.
Para la Casa Blanca es mucho más que una reforma impositiva. Consciente de que la economía constituye su principal baza electoral, Trump ha presentado el plan como un nuevo horizonte. La piedra firme sobre la que Estados Unidos se erguirá y exhibirá al mundo su bonanza. Una promesa de un futuro mejor y que en el idioma de Trump se traduce en liquidar programas sociales y reducir impuestos.
Esas son las grandes cifras del despliegue. Aquellas que buscan la cuadratura del círculo: ayudar al capital al tiempo que se beneficia a las clases medias y trabajadoras. Todo al unísono. Un sueño reaganiano cuya letra pequeña revela profundos desequilibrios.
El primero es el fuerte aumento del déficit que acarreará la reducción de ingresos federales. Los cálculos hablan de más de 1,5 billones en un decenio. La respuesta de la Casa Blanca ha sido refugiarse en el optimismo neoliberal. Los republicanos consideran que la rebaja liberará inmensos recursos que saltarán al mercado, dispararán el crecimiento y compensarán la pérdida fiscal. Un cálculo que muy pocos académicos avalan y que en un país cuyo PIB crece en torno al 2% ha despertado las suspicacias de amplios sectores. Algunos de ellos directamente beneficiados por el recorte.
Más de 400 millonarios y multimillonarios, entre ellos George Soros y Steven Rockefeller, han puesto el grito en el cielo al ver cómo el plan reduce sus impuestos en tiempos de bonanza empresarial. En una carta, estos potentados han pedido a Trump que recapacite y que destine fondos a la sanidad, la educación y la investigación.
Los demócratas, desde la oposición, han blandido los cálculos de la Oficina Fiscal del Congreso. Su estudio destapa que el proyecto beneficia netamente a las familias que ganen un millón o más al año frente a aquellas que perciben entre 40.000 y 50.000 dólares. También han recordado que la factura la pagarán los programas sociales que Trump ya ha empezado a liquidar y que afectan a millones de desfavorecidos que no suelen votar.
“Los republicanos venden este plan como una gran ayuda para la clase media, pero los hechos no mienten. El ingreso medio de una familia hispana es de 47.675 dólares al año. Aproximadamente una cuarta parte de las familias en ese tramo fiscal verían aumentar sus impuestos”, afirmó el presidente del Comité Nacional Demócrata, Tom Pérez.
Son críticas que a Trump y su equipo no les afectan. Su mayor preocupación es interna. El proyecto debe pasar ahora por el Senado. Ahí su mayoría es mínima (52 por 48 escaños) y cualquier desequilibrio puede liquidar el plan. Ya ocurrió con la reforma sanitaria. Aprobada en la Cámara de Representantes, cayó en julio en el Senado. La derrota supuso una humillación mayor para el presidente y dejó en evidencia las enormes dificultades que los republicanos, después de años de torpedear a Barack Obama, tienen para lograr consensos.
Ahora puede repetirse la escena. En el Senado circula otro proyecto fiscal que deberá compatibilizarse en comité con el aprobado en la Cámara Baja. La conciliación puede ser una prueba de fuego, en especial cuando un senador republicano ya ha anunciado que votará en contra de cualquiera de los proyectos, y la fidelidad de otros está en la cuerda floja. El horizonte de las elecciones de noviembre de 2018, donde se renuevan la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, agudiza las reticencias.
Ante estas dudas, los propios congresistas han evitado celebrar en exceso la victoria. En contrapartida han recibido el apoyo entusiasta de Trump. En un gesto poco usual desde el varapalo que recibió con el Obamacare, el presidente ha acudido a la Cámara Baja a rodearse de los suyos, amplificar el triunfo y restañar las heridas.
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