Francisco lanza gestos a los mapuches y defiende su causa pero exige el fin de la violencia que “vuelve mentirosa la causa más justa”
17 de enero de 2018 – Temuco – Agencias.
La visita del Papa a Chile, que hace semanas parecía un viaje sin mucha trascendencia, se complica a cada paso. Después de una intensa jornada en Santiago, dominada por los abusos sexuales en la Iglesia chilena, por los que Francisco pidió perdón, el segundo día, en Temuco, la capital de la Araucanía y corazón del conflicto mapuche, también se torció por la quema de otras tres iglesias católicas y una evangélica protagonizada con toda probabilidad por grupos de este pueblo originario, el más importante del país, que reclama estas tierras tanto en Chile como en Argentina desde que fue arrasado a finales del siglo XIX. Además otro grupo quemó tres helicópteros en una empresa de la zona y otro que intentó cortar la carretera hirió a un agente de bala en un enfrentamiento. Estos grupos reclaman la devolución de tierras que ahora están en manos privadas.
Los ataques incendiarios son frecuentes en la región de La Araucanía, donde en los últimos años se cuentan más de cien atentados contra maquinaria forestal y templos religiosos, brotes de violencia en los que han muerto varios comuneros, policías y agricultores. También han caído mapuches a manos de la policía, el último en Argentina, Rafael Nahuel, por un disparo. El conflicto enfrenta desde hace décadas a las comunidades mapuches que reclaman tierras ancestrales con empresas forestales o agrícolas. Antes de la llegada de los conquistadores españoles en Chile en 1541, los mapuches ocupaban estas tierras desde el río Biobío hasta 500 kilómetros más al sur. A finales del siglo XIX, tanto en Chile como en Argentina se produjeron campañas de conquista y exterminio y los mapuches perdieron todas sus tierras. Solo en Chile se calcula que murieron 10.000 de los 190.000 que había en 1881, cuando el Estado respondió con crudeza a un levantamiento mapuche y entregó sus tierras a colonos europeos.
Esta tensión y el miedo de Chile a un atentado contra el Papa provocó que toda la zona de Temuco se volviera un terreno militarizado. Hasta 4.000 agentes se desplegaron para evitar que sucediera nada, y lograron que el recorrido del Papa fuera tranquilo pero a fuerza de desplegar un impresionante dispositivo. Desde el aterrizaje en el aeropuerto de Temuco hasta el aeródromo de Maquehue, la carretera estaba rodeada de carabineros y vehículos blindados, los que lo convertía casi en una zona de guerra.
En este ambiente de gran tensión, el Papa ofreció su multitudinaria misa en la zona más pobre de Chile, en la que trató de calmar los ánimos y ejercer de mediador entre los mapuches que reclaman sus tierras y el Estado chileno, que combate con dureza los ataques e incluso les ha aplicado la ley antiterrorista, algo que ha recibido el rechazo internacional. Francisco se colocó claramente del lado de los derechos de los mapuches, y llenó la misa de gestos hacia ellos. Arrancó en su lengua, lo que provocó un enorme aplauso, mientras un grupo de miembros de este pueblo originario con sus vestidos tradicionales cantaba y ofrecía una ceremonia en honor del Pontífice en medio de la misa. Y después se reunión con algunos de sus representantes. Pero a la vez que defendía su causa y su derecho a reclamar las tierras que le fueron arrebatadas a sus antepasados, les exigía que pongan fin a la violencia, aunque no hizo una mención expresa a la quema de iglesias.
El Papa puso al mismo nivel dos tipos de violencia: la del Estado que incumple las promesas hechas a los mapuches y la de los grupos que atacan y queman todo tipo de instalaciones, lo que en ocasiones ha provocado incluso muertos. Para buena parte de la opinión pública chilena y argentina –el territorio reclamado está en los dos países- estos son terroristas que hay que combatir con la mayor dureza. Para el Papa argentino son grupos que deben frenar ya la violencia pero que reclaman un derecho legítimo y que deben ser escuchados.
“Existen dos formas de violencia”, analizó el Papa. “En primer lugar, elaborar bellos acuerdos que nunca llegan a concretarse. Esto también es violencia, porque frustra la esperanza. En segundo lugar, una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y destrucción que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa”. Esta parte recibió aplausos de las 150.000 personas reunidas en el aeródromo de Maquehue, en buena parte miembros de la comunidad mapuche, aunque había católicos de todo el sur de Chile y también de Argentina, venidos expresamente y liderados por un amigo del Papa, el activista Juan Grabois.
Los aplausos llegaron en estos momentos concretos pero en ninguna de las dos misas masivas del Papa se ha percibido un gran fervor con un personaje que en otros países genera una adhesión incondicional y se ha convertido en una estrella mundial. De hecho, pese a las miles de personas presentes en las dos grandes concentraciones, se podían percibir importantes huecos en todas las zonas acotadas por la seguridad.
El Papa no evita ningún tema delicado. De hecho, le habían criticado por elegir este aeródromo porque allí, durante la dictadura de Pinochet, se detuvo y torturó a unas 600 personas, y hubo varios desaparecidos a los que se les perdió la pista en este centro de detención. Francisco decidió hablar del asunto directamente: “Celebramos la eucaristía en este aeródromo, en el cual tuvieron lugar graves violaciones de derechos humanos. Esta celebración la ofrecemos por todos los que sufrieron y murieron, y por los que llevan en sus espaldas el peso de tantas injusticias”.
Francisco logró superar sin incidentes el momento más delicado para la seguridad del viaje, pero esta visita parece cualquier cosa menos tranquila. El Vaticano confiaba en cerrar la polémica sobre los abusos sexuales con la decisión del Papa de recibir en Santiago el martes a algunas víctimas de forma privada –aunque no a los más conocidos que le habían pedido un encuentro-. Pero el incendio no se apaga. Sobre todo porque tiene un gran protagonista que se niega a adoptar un papel discreto: el obispo de Osorno, Juan Barros, acusado por las víctimas de encubrir los abusos del sacerdote Fernando Karadima.
El primer día, minutos después de que el Papa, que siempre ha defendido la inocencia de Barros, dijera que sentía “vergüenza” por los abusos, Barros participó como todos los demás obispos en la misa multitudinaria en Santiago y fue el gran protagonista del día con sus declaraciones a la prensa en las que insistía en que las víctimas que le acusan mienten. El segundo día, Barros no se quedó en casa y viajó en el mismo avión que la prensa chilena e internacional a Temuco, por lo que a la llegada se formó un enorme tumulto que lo convirtió de nuevo en protagonista. Los periodistas le preguntaban si era consciente de que con su presencia estaba hundiendo la visita del Papa y su mensaje a favor de las víctimas, pero Barros, cada vez más nervioso y acorralado por las cámaras –le pusieron seguridad para que pudiera esquivarlas- solo acertaba a decir que él nunca presenció los abusos mientras rogaba a los periodistas: “les pido que me dejen tranquilo”. Finalmente, después de un rato de preguntas a gritos, carreras y una enorme tensión muy poco habitual en una visita del Papa, Barros pudo refugiarse entre los carabineros y esquivar a la prensa. Pero la polémica no baja y emborrona una viaje que parecía tranquilo y se complica cada día.
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