28 de agosto de 2017 – Berlín – Agencias.
El despacho de la canciller alemana tiene una planta diáfana. En consonancia con la forma exterior del edificio de la cancillería proyectado por Axel Schultes y Charlotte Frank, que de lejos aparenta una silueta nítida, mientras que de cerca se descompone en planos curvos y hendiduras, el espacio se divide en tres ambientes. Orientado al Parlamento hay un conjunto de sofás color beis en el que se diría que nadie se ha sentado jamás. El macizo escritorio, situado en un entrante, resulta prácticamente inutilizable debido a la presencia a su espalda de dos mástiles altos hasta el techo con las banderas de Europa y de la República Federal de Alemania. Seguramente los huéspedes de Mongolia o de Polonia deben de sentirse muy a gusto allí. Y no digamos ya Donald Trump.
Angela Merkel nos convida a sentarnos a una discreta mesa de reuniones con el tablero de vidrio ahumado. La canciller aspira a revalidar su mandato, no en balde lidera todos los sondeos de intención de voto ante las elecciones generales que se celebrarán el próximo 24 de septiembre.
Pregunta. En su programa electoral, la palabra refugiados no aparece sino desde la página 56, de un total de 75. ¿Está escondiendo el tema más importante desde que es canciller?
Respuesta. El orden de sucesión de nuestro programa de gobierno no tiene nada que ver con la importancia de los temas. Por supuesto que la política en materia de refugiados es importante, y siempre lo he dicho; pero si me pregunta cuál se podría considerar el tema más importante de mis sucesivos mandatos como canciller, el hilo conductor que los atraviesa a todos, en mi opinión, es el deber de configurar una economía social de mercado que cree puestos de trabajo dignos y seguros también en esta época de globalización, y que permita que toda la población alemana participe del bienestar.
P. ¿Ha cometido errores en la crisis de los refugiados?
R. Volvería a tomar las mismas decisiones importantes que tomé en 2015. Recordemos que hasta finales de agosto de ese año ya habían llegado a Alemania unos 400.000 refugiados. Ese mismo mes, el ministro del Interior [Thomas de Maizière] vaticinó que, hasta final de año, llegaríamos a 800.000 personas. Al final han venido 890.000, así que la predicción fue muy precisa. Si hablamos de errores y negligencias, hay que decir que los años anteriores, nosotros, yo incluida, habíamos cifrado nuestras esperanzas excesivamente en la anterior formulación de la Convención de Dublín, que ha desbordado a países como Italia y Grecia. En esos mismos años también prestamos muy poca atención a la terrible situación en la que se encontraban millones de personas en Irak debido a la guerra de Siria y al terrorismo del Estado Islámico, al hecho de que en los campos de refugiados en Jordania y en Líbano las raciones de alimentos se habían reducido, y a que en esos países había muchos niños que no iban al colegio desde hacía años. Los que habían huido de Siria se habían quedado sin ahorros, así que se presentó una situación de emergencia. La lección que hemos aprendido de ello es que hay que prestar ayuda sobre el terreno y hay que combatir las causas de la huida cerca de su origen, tanto en Siria y en Irak como en lo que se refiere a los conflictos en África.
P. ¿De verdad volvería a hacer exactamente lo que hizo en septiembre de 2015 y en los meses siguientes?
R. Sí. Entonces Alemania actuó como debía, con humanidad, en una situación muy difícil. Estoy convencida de ello, al tiempo que afirmo que el año 2015 probablemente no se repetirá, que fue una situación de emergencia que nadie, tampoco los que buscaban refugio, nunca más deberían volver a vivir.
P. A las tres semanas de haber abierto las fronteras…
R. No se abrieron las fronteras. Las fronteras de Alemania estaban abiertas y decidimos no cerrarlas…
P. Su Gobierno organizó una apretada votación en el consejo de ministros de Interior de la Unión Europea para imponer a Europa el reparto de refugiados. Visto retrospectivamente, ¿diría que fue una idea acertada? ¿No habría sido mejor ganarse a la opinión pública de Europa del Este?
R. Todo el mundo en Europa debería reconocer que la antigua Convención de Dublín, tal como está formulada, es insostenible. No puede ser que Grecia o Italia tengan que llevar toda la carga solas porque se encuentran en determinada posición geográfica y los refugiados desembarcan allí. Por eso tenemos que repartir solidariamente a los refugiados entre los Estados miembros. Como es lógico, se pueden hacer distinciones en función de la economía, el desempleo y otros factores. Pero que un país se niegue en redondo a acoger refugiados, aunque sea uno solo, no es de recibo. Esa negativa es intolerable; va contra el espíritu europeo. La superaremos. Necesitamos paciencia y constancia, pero lo conseguiremos.
P. A principios de 2016 se opuso terminantemente al cierre de la ruta de los Balcanes. Visto en perspectiva, ¿estaría dispuesta a reconocer que la decisión fue beneficiosa para Alemania y quizá para usted personalmente? Porque así el número de refugiados por fin descendió significativamente.
R. Ya he dicho en muchas ocasiones que, desde luego, el cierre de la ruta de los Balcanes contribuyó a que mucha menos gente se dirigiese a Alemania y a Austria. Era evidente. Sin embargo, no podía ser de ningún modo una solución duradera, ya que, por ejemplo, en febrero de 2016, desembarcaron en Grecia más de 50.000 personas, la mayoría de las cuales se quedaron allí atrapadas en las condiciones más duras. Las cosas no cambiaron hasta que se firmó el acuerdo entre Turquía y la Unión Europea [que entró en vigor el 20 de marzo de 2016].