El joven que está acusado de colocar tres explosivos que hirieron al jugador español Marc Bartra quería provocar un desplome de las acciones del club para enriquecerse
21 de diciembre de 2017 – Berlín – Agencias.
Bien afeitado, con el pelo liso cayendo por debajo de las orejas, esposado y con camisa azul oscura. Así ha aparecido Sergej W. en un tribunal de Dortmund. Es el presunto autor del atentado contra el autobús de los jugadores del Borussia (BVB) el pasado abril. El juicio, que arrancó el jueves en Dortmund, en el norte de Alemania, ha despertado una enorme expectación en Alemania. Porque el Borussia es casi una religión en Alemania, y porque se juzga un crimen atípico, en el que la codicia actuó como móvil supremo.
El sospechoso hizo estallar tres bombas con el único objetivo de enriquecerse especulando en bolsa con las acciones del club de fútbol, aunque para ello tuviera que morir alguno de los jugadores que viajaba en el autobús. El jugador español Marc Bartra y un policía resultaron heridos, pero no se produjeron víctimas mortales gracias a que las explosiones no dieron de lleno en el autobús. El presunto autor se enfrenta a una pena de cadena perpetua, de ser hallado culpable. “Su presunto objetivo consistía en desplomar el precio de las acciones con el ataque y ganar medio millón de euros”, explicó el jueves un portavoz del juzgado de Dortmund. “Nunca hemos vivido un ataque que termina siendo una pérfida forma de manipulación bursátil”, dijo tras el atentado el jefe de la policía criminal, Holger Münch.
En este caso han trabajado más de 200 agentes de la policía federal. El juicio que ha arrancado este viernes se prevé que finalice en marzo. La estrategia del abogado defensor consiste en demostrar que el acusado no quería matar a nadie, sino simplemente asustar a los jugadores, según recoge la prensa alemana. El abogado se basa en el hecho de que el autobús de los jugadores escapó por apenas unos segundos de un impacto mucho mayor. “Solo un pedazo de metal acabó dentro del autobús. Si un jugador falla un gol desde una distancia de cinco metros, hay que preguntarse ¿no lo pudo hacer o no lo quiso hacer?”, dijo a la televisión alemana el abogado de la defensa Carl Heydenreich.
El 11 de abril a las siete y dieciséis minutos de la tarde, tres artefactos colocados detrás de un seto explotaron al paso del autobús en el que viajaban los jugadores del BVB a las afueras de Dortmund. Se trasladaban desde su hotel hasta el campo de fútbol donde debían disputar un partido de la Champions contra el AS Mónaco. La policía encontró en el lugar del ataque una carta que reivindicaba el ataque en nombre del islam. La hipótesis de que el autor del ataque fuera un terrorista islamista en seguida cobró cuerpo. Pero con el paso de las horas, los investigadores se fueron dando cuenta de que algo no encajaba, de que el modus operandi poco tenía que ver con el de un terrorista islamista por muy lobo solitario que fuera. Diez días después llegó la sorpresa: el presunto autor era un especulador bursátil.
Pistas determinantes
El sospechoso, un joven de 28 años había comprado el día del ataque derechos de venta de acciones a futuro del BVB por valor de 44.000 euros con la idea de especular con derivados gracias a haber provocado una previsible caída del precio de las acciones del club. Las pistas resultaron determinantes. El paquete de acciones más importante lo había adquirido el sospechoso a través de la dirección del hotel en el que se alojaban los futbolistas. Días antes, según publicó a finales abril la Fiscalía, el sospechoso había contraído un crédito para financiar la compra de los títulos. Según sus cálculos podría embolsarse unos 500.000 euros, pero la venta de sus acciones tras el atentado apenas le reportaron 5.900 euros.
La prensa alemana ha ido publicando en los últimos meses detalles de la vida de Sergei W. Se sabe que nació en Rusia y que emigró con su familia a Alemania cuando era un adolescente hace 14 años. Se sabe además que frecuentó la iglesia evangélica y que trabajaba como electricista en una central térmica en el sur de Alemania, donde ganaba 3.900 euros al mes, según detalla Der Spiegel. Y se presume también que la frialdad del sospechoso es extraordinaria. Aquel 11 de abril, tras hacer explotar las bombas, Sergei W. bajó al restaurante del hotel en el que se alojaban los jugadores, se sentó y pidió un filete.