Están dispuestos a cruzar la frontera con California, lo que puede derivar en otra grave crisis. Trump ya advirtió de que hará lo necesario para que no pasen
25 de abril de 2018 – Agencias.
Mi único miedo es que me agarren los de inmigración y me deporten», asevera Juan Antonio, un salvadoreño de 19 años que intenta entrar por sexta vez en Estados Unidos, aunque este viaje es peculiar porque le acompaña su hermano menor Miguel Ángel, de 14 años. Ambos escapan de las garras de las maras, las pandillas violentas que han convertido El Salvador en una encrucijada mortal para todos los jóvenes de familia humilde: o estás con nosotros o en nuestra contra. «En El Salvador está muy difícil: nos quieren matar. La Policía y los pandilleros, todos quieren matarnos», asegura Juan Antonio.
Ante semejante panorama, la decisión de dejar todo atrás y emprender un viaje tan peligroso no parece tan difícil. Miguel Ángel lo tiene claro: «Yo confío en mi hermano mayor, las maras ya estaban intentando reclutarme, y quedarme en El Salvador habría sido un gran error».
Los dos hermanos forman parte del Viacrucis Migrante que cada año, y desde hace diez, organiza la ONG Pueblo Sin Fronteras. Una marcha que persigue dos objetivos: el primero, viajar en grupo y evitar así muchos de los peligros que entraña recorrer México a pie; y el segundo, denunciar la crisis humanitaria que vive Centroamérica y que provoca que este corredor humanitario sea uno de los más transitados del mundo. Aunque esta edición ha sido la más especial, según reconoce Rodrigo Abeja, coordinador del movimiento: «Esta caravana ha sido la más representativa y la que ha logrado llamar más la atención. Su tremenda dimensión ha servido para reconocer la crisis que vive la región, en especial la población hondureña. Además, el perfil es muy diferente al de otras convocatorias, hay familias con hasta nueve integrantes y muchos menores viajando solos. Sin duda alguna, marcará un antes y un después de cara a las próximas ediciones».
Su travesía arrancó el 25 de marzo en Tapachula, cerca de la frontera con Guatemala, y para sorpresa de los organizadores, más de 1.500 migrantes acudieron a la llamada. Casi el 70% de los integrantes son de Honduras, un país que vive inmerso en una grave crisis desde que Juan Orlando Hernández fuera reelegido presidente el pasado mes de diciembre. Las acusaciones de fraude levantaron unas protestas sociales que fueron aplacadas con extrema dureza policial, y que llevaron a la Organización de Estados Americanos (OEA) a reclamar incluso que se repitan las elecciones.
«Decidimos salir de Honduras el día que la Policía mató a 17 personas en una protesta». Quien habla es Luis, tiene 25 años y forma parte del Viacrucis junto a su mujer y su bebé. «Cumplió un año en el camino», indica orgulloso con su hija en brazos. Luis conocía perfectamente los riesgos que entraña este viaje, pero cree también que «ahora en Honduras no se puede vivir entre la represión policial y las maras, a las que si no obedeces te matan a la familia».
Su único objetivo, según confiesa, es «que mi familia consiga llegar a Estados Unidos. Mientras tanto me puedo quedar en México trabajando si hace falta». Entonces pedía, casi con vergüenza, una ayuda para comprar un billete de autobús: «No era para mí. Lo que no quería era tener que subir a mi mujer y a mi bebé a ‘La Bestia’ (como se conoce al tren que muchos migrantes usan para entrar en EE UU)». Luis trata de explicar que con ese billete de autobús hasta Tijuana conseguía librarse del riesgo que le atormenta desde que inició su viaje: «Que secuestren a mi hija o esposa y no tenga dinero para pagar su rescate».
Los temores de Luis son bien fundados, ya que, según ha desvelado un informe de Médicos Sin Fronteras, «no hay ruta segura para quienes escapan de la violencia en el Triángulo Norte de Centroamérica». En las 500 encuestas que realizaron, el 68,3% de los migrantes aseguró haber sufrido violencia durante su tránsito por el país y el 31% de las mujeres fue víctima de agresiones sexuales.
Con estos datos se entiende mejor que la convocatoria de la caravana haya tenido tanto éxito. En otras circunstancias, Alexis Espinosa, hondureño de 42 años, habría dudado antes de cruzar medio continente con su mujer y sus tres hijos. «Llevábamos tiempo pensando en este plan, pero nunca nos decidíamos. Cuando escuchamos sobre la caravana vimos que era el mejor momento. Así vamos todos más acompañados», comenta Alexis.
Aquí cada familia y cada migrante se las apaña como puede. La caravana les ha dado una repercusión que tal vez no buscaban y muchos, ante las amenazas de Donald Trump y las presiones del Gobierno mexicano, decidirán quedarse en el país azteca a vivir tras hacer lo más difícil. Aunque éste no es el caso de Alexis y su familia, ya que tienen a alguien que les apoya desde Estados Unidos. «Tenemos familiares esperándonos al otro lado. Y sé que es una locura, pero me daba más miedo quedarme en Honduras que embarcarme con los niños en este viaje».
En su recorrido por México, el caudal de la caravana se ha ido diluyendo. A la capital llegaron sólo la mitad de los que arrancaron el viaje, una circunstancia que explica el coordinador Rodrigo Abeja: «El Gobierno, respondiendo a las presiones de Trump, decidió entregarnos más de 600 documentos para que los migrantes transitaran libremente por el país durante 20 días. Fue un intento por ayudarnos, pero también por dispersar la marcha. Y lo lograron, muchos tomaron el documento y se fueron por su cuenta». De los 1.500 iniciales, reconoce que al menos hay un grupo de 600 que llegará hoy hasta Tijuana.
Entre ellos no estará Plutarco, un joven hondureño con un caso muy particular: ser homosexual en un país que no reconoce sus derechos. «Escapé porque en mi país hay muchas protestas violentas, saqueos, pandillas, poco empleo y la situación se agrava aún más si eres homosexual. Por eso me sumé a la caravana. Ahora ya veré qué hago. Lo único que busco es un empleo para llevar una vida digna y honrada».
La marcha de esta caravana llegó hace semanas a oídos de Trump, quien, escandalizado por la posibilidad de que llegara a su frontera sur, ordenó el despliegue de más de 1.500 militares con la orden de impedirles el paso. De acuerdo con el Departamento de Seguridad Interior de EE UU, las detenciones de inmigrantes en la frontera con México han aumentado en el último año un 203%. Un dato que constata fielmente la crisis migratoria que vive en el continente. Aunque su forma de contribuir a la solución de este problema, enviando al Ejército a la frontera, obligará a México a lidiar con el dilema por su cuenta. Entretanto, y ante la indiferencia de los gobiernos pudientes, los destinos de Luis, Miguel Ángel, Plutarco y todos los que huyen de la violencia y la pobreza quedarán abonados a su suerte.