Ajeno a la economía del turismo prehispánico, el municipio mexiquense dedica un museo a la osamenta de un enorme paquidermo de 14.700 años de antigüedad
11 de diciembre de 2018 – Tultepec (México) – Agencias.
Desde 1990, el arqueólogo Luis Córdoba ha participado en el rescate de ocho esqueletos de mamut, convirtiéndose así en uno de los mayores expertos en la materia, el menos en México. “Es interesante”, murmura, como si hablara de cerámicas antiguas y no de los huesos y colmillos de enormes paquidermos peludos que vivieron hace miles de años. Pero así es él, cauto, equilibrado.
Córdoba anda estos días atendiendo entrevistas en el museo del mamut de Tultepec, un municipio en los confines de la zona metropolitana de Ciudad de México, ajeno a la rutilancia de las pirámides de Palenque, Tulum o Teotihuacan, acostumbrado a que la arqueología sea una cosa que ocurre lejos, una reclamo para los turistas extranjeros y no parte de su propio pasado.
El destino quiso sin embargo que unos señores que instalaban una tubería en el pueblo encontraran unos enormes colmillos bajo tierra. Que supieran que aquello no era arcilla, ni piedras, sino huesos, algunos muy grandes. Fue el 22 de diciembre de 2015, en una calle polvorienta a las afueras del municipio, una de las más humildes. Córdoba se enteró poco después. Por la fecha que era y el cambio inminente de admnistración en el municipio decidieron esperar hasta enero, no decir nada. Y luego tratar de convencer al nuevo alcalde de que aquello, aquel mamut, el mamut de Tultepec, podría convertirse en un reclamo turístico.
El arqueólogo, un hombre de estatura media, de cabello y barba entrecana, nervioso o tímido a juzgar por el movimiento de sus manos, cuenta que le convenció. Y el resultado es este museo, una casa de color amarillo situada en la octava avenida Morelos del barrio San Rafael, enfrente de una escuela de bachilleres, a algo más de un kilómetro del centro.
El museo es desde luego una victoria para de los vecinos, la revancha de los que no tienen demasiado. Acostumbrado a salir en los noticieros por las explosiones en sus talleres pirotécnicos, Tultepec promociona su nuevo museo con carteles en cada esquina.
Pablo Zúñiga, de 73 años, músico y pintor, lleva una hora admirando el esqueleto, maravillado. “Antes había animales enormes, fíjese. Ahora los que hay son títeres comparado a los de antes. Se han ido haciendo chicos. Pero este era enorme”. Aficionado entusiasta de la saga Parque Jurásico, el señor Zúñiga gusta de comparar al mamut con los dinosaurios. “Se parece a la del T-Rex la cabeza”, dice, “con la mera cabeza rompe las losetas del piso”.
La señora Griselda y su hija Maira Sofia curiosean entre las vitrinas, leyendo los textos de los expositores. “Me enteré por la escuela”, explica la mamá. Maira Sofía, de siete años, debe hacer un trabajo sobre el mamut. La niña dice que había visto mamuts en televisión, pero nunca uno así. En los huesos. De todos modos, dice que le gustan más los de la tele.
La inauguración, hace semana y media, fue todo un acontecimiento. Llegó el alcalde, que cortó la tradicional cinta roja, acompañado de Córdoba y la cronista local, Juana Antonieta Zúñiga. Juntos develaron una placa en la pared, en recuerdo de la propia inauguración. Habían instalado un escenario y el alcalde se dirigió a los presentes, muchos escolares. “Es un descubrimiento de valor invaluable, más allá de la inversión destinada para su rescate. Hoy es patrimonio cultural de todos los mexicanos”.
La osamenta del mamut yace sobre una estructura de acero en uno de los costados de la sala de abajo. Consta de unos 150 huesos, el resto, hasta 220, son réplicas. Uno de los fémures aparece ligeramente curveado, producto de una fractura en la pelvis que el animal sufrió en vida. Era un mamut cojo.
El arqueólogo Córdoba especula sobre los últimos días de este portento. “Atendiendo al comportamiento de los elefantes no es raro que este y otro mamut macho se pelearan, con el resultado de la fractura en la pelvis”, dice. Esa lesión le impedía caminar bien y cuando hace 14.700 años quedó atrapado en el fango de la orilla de uno de los lagos que ocupaban lo que hoy es Ciudad de México, el mamut ya no pudo salir. Córdoba dice que cazadores recolectores de la época lo destazaron, le cortaron la cabeza y, probablemente, la lengua. Doce kilos de lengua, carne blandita, fácil de comer.
Quien sabe si Córdoba participará en nuevos rescates de osamentas de mamut. Es posible que sí, confiando en que los pueblos que yacen en la orilla de los viejos lagos sigan cavando zanjas, sótanos, instalen tuberías. Hasta hoy han encontrado en la zona 24 mamuts, dos, por cierto, en la base aérea de Santa Lucía, donde el nuevo Gobierno de México pretende construir el segundo aeropuerto de la capital. Entre los planes del presidente, Andrés Manuel López Obrador, figura ampliar la base y construir nuevas pistas.
Del futuro de la base depende quizá que la población de mamuts del Valle de México siga aumentando.