Un informe de la ONG documenta las “terapias de conversión” que aún se emplean en la segunda potencia del mundo tanto en centros estatales como privados
15 de noviembre de 2017 – Pekín – Agencias.
“La homosexualidad es como cualquier otra enfermedad mental, como la depresión, la ansiedad o la bipolaridad. Se puede curar… Fíese de mí, déjelo aquí, quedará en buenas manos”. Con estas palabras, el psiquiatra convenció a la madre de Wen Qi (nombre supuesto) para que dejara a su hijo en su clínica. Para este joven gay chino comenzaba un largo calvario de tratamientos para “sanarlo” y convertirlo en heterosexual.
La homosexualidad no es un delito en China ni está considerada oficialmente una enfermedad. En 2001, el Colegio de Psiquiatras la eliminó de su lista de problemas mentales. Dos personas que han llevado a juicio a clínicas que ofrecen “tratamientos” para la supuesta curación han ganado en los tribunales. Pero, como denuncia un nuevo informe de la organización no gubernamental Human Rights Watch, en el país se siguen ofreciendo las llamadas “terapias de conversión”, que buscan cambiar la orientación sexual de los pacientes. No es el único país en el que se dan estos pseudotratamientos, prohibidos expresamente sólo en tres países del mundo —Brasil, Ecuador y Malta—. Aunque en China se ofertan no sólo en establecimientos privados; también en hospitales públicos.
La popularidad de estas pseudoterapias tiene su origen en la arraigada convención social que establece la fuerte preferencia por tener hijos que perpetúen el apellido familiar. Los hijos de orientación gay o lesbiana sufren fuertes presiones de su entorno, especialmente de sus familiares de más edad, para que se casen con una pareja de distinto sexo y tengan descendencia; una situación que puede verse agravada si —como ocurre con frecuencia debido a los años de política del hijo único— no tienen hermanos y todas las esperanzas de las generaciones previas se depositan en ellos. La terapia se ve como una solución para los casos “recalcitrantes”.
Este tipo de pseudotratamientos, por la que los pacientes o sus familiares pagan fuertes sumas de dinero, abarca en China múltiples técnicas, desde la hipnosis a los fármacos. Pasando por el electrochoque.
Ni Wen Qi ni ninguno de los otros 17 entrevistados por Human Rights Watch para el informe “¿Has pensado en la felicidad de tus padres?” cambió de orientación sexual pese a los “tratamientos”. Todos ellos insistieron en que, de no haber sido por la fuerte presión de su entorno, jamás se hubieran sometido a la “terapia de conversión”.
“Mi padre se arrodilló delante mío, llorando, implorándome que fuera. Decía que no sabía cómo podría continuar viviendo si la gente descubriese que soy gay. Me suplicaba que fuera para que él pudiera vivir… Llegados a ese punto, ¿qué otra cosa podía hacer yo? No tenía alternativa”, explica en el informe uno de los pacientes, bajo el seudónimo Xu Zhen.
En la mayoría de los casos —14—, el tratamiento se administró en hospitales públicos. En el resto, ocurrió en clínicas psiquiátricas o psicológicas autorizadas a operar por la Comisión Nacional de Salud. Algunas de estas instituciones ofrecen estos servicios de manera muy discreta. Otras hacen publicidad muy abiertamente.
Durante el tratamiento, casi todos los entrevistados fueron víctimas de insultos y de acoso verbal por parte de los propios médicos, que se dirigían a ellos con palabras como “pervertido”, “anormal” o “sucio”. Tres intentaron escapar. Uno lo logró, pero al regresar a su casa sus padres le enviaron de inmediato de regreso al centro médico.
A 11 de los 17 les suministraron, o incluso se les obligó a consumir, medicamentos por vía oral o mediante inyecciones, sobre los que no recibieron ningún tipo de información. “El médico y la enfermera se negaron a decirme qué píldoras eran esas. Solo me dijeron que me convenían y me ayudarían con el tratamiento. Después de tomarlas, normalmente me sentía hiper-energético durante unas horas, pero al cabo de un rato me empezaba a sentir muy cansado y deprimido”, cuenta Li Zhi, de la ciudad de Nanping.
Cinco de ellos recibieron descargas de electrochoque mientras se les hacía pensar en el acto sexual o ver pornografía, para que asociaran la homosexualidad a algo doloroso.
“Me taparon los ojos y me dijeron que me relajara y pensara en el sexo con mi novio. Me ataron las piernas a la cama, con unas sujeciones de metal debajo. También me ataron las manos a la cama… Cuando encendieron la corriente, empecé a sentir la electricidad que venía de mis piernas… Pensé que iba a ser algo corto, pero la dejaron encendida un rato, se me hizo muy largo. Empecé a temblar en la cama. Las sujeciones estaban ardiendo. Les pedí que apagaran aquello, pero creo que no me oían”, cuenta Xu Zhen, de la provincia de Sichuan, en el centro de China.
Según denuncia HRW, las autoridades chinas no han tomado medidas rotundas para impedir este tipo de terapias, como inspecciones o la emisión de directrices que las prohíban con claridad. Este país tampoco cuenta con legislación específica contra la discriminación por orientación sexual.
“Han pasado más de veinte años desde que China dejó de considerar la homosexualidad como un delito, pero la gente LGBTI+ todavía se ve sometida a encierros, medicación forzada e incluso electrochoque para intentar cambiar su orientación sexual”, explica Graeme Reid, director de derechos LGBT de HRW.
“Ha llegado el momento de que China se una al consenso global: reconocer que la terapia de conversión médica/forzada es abusiva y discriminatoria, y prohibirla”.