Máxima tensión en Oriente Próximo tras confirmar el Pentágono el ataque que ha acabado con uno de los hombres fuertes de Jamenei y con el ‘número dos’ de las Fuerzas de Movilización Popular
3 de enero de 2020 – Washington – Agencias.
El poderoso general Qasem Soleimani, comandante de la fuerza de élite Al Quds de la Guardia Revolucionaria iraní, unidad a cargo de las operaciones en el exterior, ha muerto en la madrugada de este viernes en un ataque con drones en el aeropuerto de Bagdad, la capital iraquí, llevado a cabo por el Ejército estadounidense siguiendo órdenes del presidente Donald Trump, según ha confirmado el Pentágono. La muerte de quien fuera el arquitecto de la inteligencia y la fuerza militar iraní durante las últimas dos décadas supone un durísimo golpe a Teherán, que ha prometido venganza, y dispara dramáticamente la tensión en la región.
“Su marcha hacia Dios no pone fin a su camino o su misión, pero una poderosa venganza aguarda a los criminales que tienen su sangre y la sangre de los otros mártires de anoche en sus manos”, ha dicho el líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei, en un comunicado publicado tras la operación que acabó con su hombre fuerte y con otras nueve personas, incluidos cinco miembros de la Guardia Revolucionaria, según la televisión oficial iraní. Jamenei anunció tres días de luto público y, después, represalias.
El precio del crudo se ha disparado cerca de un 3% en los mercados ante la perspectiva de una escalada bélica. Israel ha elevado este viernes el estado de alerta de sus Fuerzas Armadas. Estados Unidos ha urgido a sus ciudadanos a abandonar Irak “inmediatamente”, y el Pentágono ha anunciado el envío de 3.500 soldados más a la región, que se suman a los 750 desplazados en los últimos días, para reforzar a los cerca de 5.200 efectivos que se encuentran regularmente destinados en Irak.
El ataque se ejecutó con misiles lanzados desde un dron MQ-9 Reaper, según fuentes de Washington. Soleimani, a quien muchos expertos consideraban como la persona más poderosa de su país después del ayatolá Jamenei, acababa de desembarcar de un avión procedente de Siria o de Líbano, acompañado de Mohammed Ridh, relaciones públicas del aparato de milicias proiraníes conocido como Fuerzas de Movilización Popular (FMP).
Dos vehículos habían acudido a recibirlos a la pista de aterrizaje. En ellos viajaba el líder miliciano Abu Mehdi al Muhandis, prominente figura proiraní, que también falleció. Cuando el convoy abandonaba el aeropuerto, fue alcanzado por múltiples proyectiles. El impacto, según relató un oficial iraquí a la agencia Associated Press, redujo a pedazos el cuerpo de Soleimani, de 62 años, que pudo ser identificado por el anillo que portaba.
“Actuamos anoche para parar una guerra. No actuamos para iniciar una guerra”, ha dicho el presidente Trump el viernes por la tarde, en una comparecencia ante la prensa por sorpresa y sin preguntas, en su residencia vacacional de Mar-a-Lago, en Florida. “Soleimani estaba planeando ataques siniestros e inminentes contra diplomáticos y personal militar estadounidense, pero le descubrimos en el acto y terminamos con él”, ha asegurado. “No perseguimos un cambio de régimen en Irán”, ha añadido, antes de advertir: “Estoy preparado para tomar cualquier acción que sea necesaria”.
Minutos antes de que el Pentágono difundiera anoche un comunicado asumiendo la autoría del ataque, el presidente republicano había tuiteado una bandera estadounidense sin texto alguno. Y a primera hora de la mañana, publicaba otro tuit que entrañaba tanto una advertencia como una llamada al diálogo: “Irán nunca ha ganado una guerra”, ha dicho, “pero nunca ha perdido una negociación”.
El ataque, que constituye la acción militar más significativa ordenada por el presidente Trump en sus tres años como comandante en jefe, culmina una escalada de la confrontación con Irán que se ha precipitado desde que, el pasado viernes 27 de diciembre, un contratista estadounidense falleciera en un ataque en Bagdad. Washington acusó a las milicias proiraníes del ataque y, en represalia por esta y otras acciones contra intereses estadounidenses en los últimos meses, llevó a cabo el domingo una contundente operación: una ofensiva aérea que dejó al menos 25 muertos en cinco bombardeos en la frontera entre Irak y Siria contra posiciones de Kataeb Hezbolá.
La magnitud de la respuesta encendió la furia en Irak y el pasado martes, tras los funerales por los caídos, miles de manifestantes proiraníes, con la aquiescencia inicial de las autoridades de Bagdad, se manifestaron ante la fortificada Embajada de Estados Unidos, llegando un grupo de ellos a irrumpir en el recinto por la fuerza, al grito de “¡Muerte a América!”. Las protestas se disolvieron el miércoles, por orden de los líderes milicianos convocantes, pero Washington acusó a Teherán de orquestar la algarada y amenazó con hacerle pagar “un precio muy alto”.
Ese precio ha sido la vida de una figura clave en la región, un veterano militar oscuro y poderosísimo, que ha dirigido la maquinaria de seguridad iraní y la creación del eje de influencia chií por todo Oriente Próximo. Se incorporó a la Guardia Revolucionaria tras la instauración de la República Islámica en 1979, medró durante la cruenta guerra entre Irán e Irak y, desde 1998, dirigía la acción exterior del régimen al mando de la fuerza Al Quds.
Soleimani, al que a menudo se ha comparado con Karla, el soviético mentor de espías de las novelas de Le Carré, llegó a ser uno de los hombres más cercanos del ayatolá Jamenei y el más poderoso dentro de la estructura militar iraní. Entrenando y armando a la insurgencia durante la guerra de Irak, el Pentágono le acusa de “la muerte de cientos de estadounidenses y miembros de la coalición” y de “herir a miles más”. Influyó decisivamente en la guerra civil siria, aglutinando a milicias y potencias regionales, incluida Rusia, en torno a Bachar el Asad. Heroica figura casi mítica en amplios círculos iraníes, en Occidente se le veía más bien como el urdidor de una larga campaña de terror internacional. Estados Unidos e Israel lo consideraban un terrorista desde 2011 y, esta primavera, la Administración Trump incluyó a la fuerza Al Quds en su lista de organizaciones terroristas.
“El general Soleimani estaba desarrollando activamente planes para atacar a diplomáticos estadounidenses y militares en Irak y por toda la región”, ha afirmado el Pentágono en el comunicado en el que asume la autoría de su muerte. El general abatido, añade el Pentágono, “había orquestado ataques en bases de la coalición en Irak en los últimos meses, incluido el del viernes 27 de diciembre”, en referencia a la acción que mató al contratista estadounidense e inició esta nueva espiral de tensiones.
“Había un ataque inminente”, ha insistido el secretario de Estado, Mike Pompeo, en una entrevista en la cadena Fox. “Todos habéis estado hablando de quién era Qasem Soleimani. Tenía en sus manos la sangre de cientos de vidas estadounidenses. Pero lo que estaba ante nosotros eran sus viajes por toda la región y sus esfuerzos para llevar a cabo un ataque significativo contra los estadounidenses”.
Pompeo ha asegurado que ha hablado con sus homólogos en China, Reino Unido y Alemania para reiterar el “compromiso” de Estados Unidos con “la desescalada” del conflicto, así como con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, a quien ha agradecido su firme apoyo. También ha llamado a su homólogo ruso, Sergei Lavrov, a quien “ha dejado claro”, según un escueto comunicado del Departamento de Estado, que “Estados Unidos sigue comprometido con la desescalada”.
El ministro de Exteriores ruso, por su parte, ha calificado de “asesinato” el ataque contra Soleimani y ha advertido de que tendrá “graves consecuencias para la paz y estabilidad regionales”. “Las acciones contra un Estado miembro de la ONU para eliminar a agentes de otro Estado miembro en territorio de un tercer Estado soberano sin su conocimiento constituyen una flagrante violación de los principios del Derecho Internacional que merece ser condenado”, ha declarado Lavrov.
En Washington, en una jornada en que los legisladores han retomado su actividad en el Capitolio tras las vacaciones, a la espera de que los demócratas entreguen al Senado los artículos del impeachment para que arranque el juicio por la destitución de Donald Trump, la operación militar contra Soleimani se ha convertido inevitablemente en carne de enfrentamiento partidista y ha alimentado el debate sobre el papel del Congreso ante los poderes militares del presidente. El ataque, ha recordado Nancy Pelosi, presidenta demócrata de la Cámara baja, se ha llevado a cabo “sin consultar con el Congreso”.
“La más alta prioridad de los líderes estadounidenses es proteger las vidas y los intereses estadounidenses”, ha dicho Pelosi en un comunicado. “Pero no podemos poner en riesgo las vidas de militares, diplomáticos y otros acometiendo acciones provocativas y desproporcionadas. El ataque de esta noche tiene el riesgo de provocar una peligrosa escalada de violencia”.
También los candidatos a las primarias del Partido Demócrata han criticado la actuación del presidente. “Ha arrojado un cartucho de dinamita en un polvorín”, ha ilustrado el exvicepresidente Joe Biden, favorito en los sondeos a enfrentarse a Trump en las elecciones del próximo noviembre.
Las calles que rodean la Casa Blanca, en Washington, han amanecido cortadas al tránsito de vehículos y peatones. En Nueva York, se ha reforzado la presencia policial en localizaciones especialmente sensibles y el gobernador del Estado, Andrew Cuomo, ha anunciado que enviará a la Guardia Nacional a los aeropuertos que dan servicio la gran ciudad. La seguridad también se ha extremado en otras urbes del país, como Los Ángeles o Miami, ante el temor a una posible represalia en suelo estadounidense.
El general Soleimani llevaba años en el punto de mira del Pentágono, pero los presidentes Barack Obama y George W. Bush, según The New York Times, habían rechazado eliminarlo, temerosos de que la acción desatara una guerra con Irán. Ese temor a un conflicto bélico en la región estaba en la base del acuerdo con Teherán promovido por Obama en 2015, que congelaba el programa nuclear iraní a cambio de una remisión de las sanciones. Pero Trump se retiró del acuerdo en 2018, reinstauró las sanciones e inició su campaña de “máxima presión”.
Desde entonces, la tensión no ha cesado y los expertos temen que un error de cálculo de uno u otro bando detone un conflicto bélico que se extienda por toda la región. Un escenario que, tras el último ataque, parece estar más cerca que nunca.