1 de noviembre de 2017 – México – Agencias.
La capucha de su abrigo verde de Nike estaba empapada en sangre. El líquido ahora reseco había circulado desde ese punto hasta unos zapatitos negros de vestir, manchando su polo azul y también sus pantalones blancos. Estuvo dos días muerto antes de que alguien lo encontrara, envuelto entre cobijas azul cielo con el dibujo de un bebé muy rubio y unas estrellas. Su cuerpo estaba sembrado de golpes, pero fueron dos los que acabaron con su vida: uno en la cabeza y otro en las costillas. Los padres del niño han sido detenidos y han confesado ser los autores del brutal crimen. Tenía cuatro años y nadie lo reclamó durante más de dos meses. Un calvario de más de 60 días sobre la fría mesa del forense.
El director del Instituto de Ciencias Forenses de Ciudad de México, Felipe Edmundo Takajashi, no daba crédito: “No concebimos que en una familia falte un niño y todavía nadie lo haya buscado”, reconocía en una entrevista a este diario. El pequeño ingresó al centro cuatro días después de su muerte. En un mes el teléfono no había sonado, nadie había dado una sola pista sobre su identidad. Y decidieron, en un hecho casi insólito para el organismo, difundir un retrato del pequeño para pedir a la ciudadanía su apoyo. La alternativa, si el cuerpo no se reclamaba en más de 12 meses, era enterrarlo en una fosa común.
Todo comenzó la noche del pasado 20 de septiembre. Un día después de que temblara la tierra y sepultara bajo los escombros de casi 40 edificios la vida de 228 personas en la capital. Según el testimonio de los padres, recogido por las autoridades en la carpeta de investigación, el niño les había hecho enojar. El padre era conductor de un autobús de la capital, donde aprovechaba toda la familia para pasar la noche. Tenían tres hijos.
Vivían entre ese vehículo y un domicilio en el sur de la ciudad, casi a las afueras, en la delegación Tláhuac. Un barrio aislado donde las casas grises se amontonan en callejones sin apenas orden y donde el sistema de transporte público parece haberse olvidado de que hasta allí vive gente, en esas últimas cuadras que sirven de frontera natural entre la capital y el Estado de México. Cerca ahí, sobre una de las carreteras principales de la ciudad, el Eje 10, arrojaron su cuerpo.
Según el informe forense, el niño “no se veía que estuviera desnutrido, las ropas con las que lo encontraron tampoco nos hacían pensar que fuera un niño abandonado. Eran de buena calidad, estaban en buen estado”, explicó el doctor Takajashi. Pero no era la primera vez que lo habían maltratado. Los vecinos, que testificaron en contra de los progenitores, contaron a las autoridades que alguna vez habían tenido que intervenir para que dejaran de pegarle al pequeño. Nadie había denunciado antes.
Aquella noche, sería la última. El niño había tirado el dinero recaudado aquel día por los pasajes del autobús que conducía su padre, según contaron en su confesión. Aquello irritó al hombre que, acostumbrado a agredir a su hijo, decidió golpearlo para darle un escarmiento. Pero no lo soportó y falleció de una fuerte contusión en el cráneo y otra en el tórax.
Los padres, después de haber matado a su hijo, siguieron trabajando como si nada durante todo el día siguiente. Unas 24 horas más tarde —siempre según el testimonio de ellos recogido por las autoridades— lo envolvieron en cobijas y lo abandonaron en aquella carretera cerca de su casa.
Ahí comenzó el segundo calvario del pequeño, encontrado dos días más tarde por un vecino que pasaba por allí. Ingresó el 24 de septiembre al Instituto Forense y fue hasta el pasado fin de semana cuando sus abuelos se acercaron a preguntar por él después de que la imagen de su nieto hubiera circulado por todos los periódicos nacionales. Los padres, que tuvieron más de 60 días para planear la fuga —pues hasta la identificación no se dictó una orden de detención en su contra— fueron capturados este martes y se enfrentan a 50 años de prisión por homicidio calificado.
En la Ciudad de México han sido asesinados 89 niños menores de 14 años desde 2012, más de uno al mes. Pero el caso de este pequeño ha sido uno de los que más ha conmocionado a la capital. El recuerdo de lo que le ocurrió a la niña Ángela, de 18 meses —abandonada en una maleta en 2015 y sin que nadie hasta la fecha la haya reclamado— hizo pensar que se trataba de otra brutalidad contra un menor en poco tiempo. El Gobierno de la capital le hizo un funeral de Estado a aquella menor y muchos sospechaban que ese sería el destino del niño del autobús. No ha sido así. El pequeño fue entregado a sus abuelos después de dos meses sobre la mesa metálica de la morgue.