11 de octubre de 2017 – México – Agencias.
Carlos Santamaría solo quería pedalear. Quería cruzar países sobre su bicicleta. Disfrutaba de recorrer su país en dos ruedas. Un día se sintió ávido de conquistar un récord mundial como si decidiera irse de vacaciones. El chico mexicano quería atravesar América, de punta a punta, en menos de 125 días sin ser un atleta de alto rendimiento. A él le bastaron 117 días y cinco horas para lograrlo.
Santamaría narra su peripecia continental en su libro La ruta que cambió mi vida(Diana/ Grupo Planeta, 2017). Su camino inició en Prudhoe Bay en Alaska y culminó, fatigado, en Ushuaia, Argentina. Fueron 22.709 kilómetros de resistencia y soledad en el camino.
Carlos pasó más de cinco meses en la misma postura: encorvado para pedalear. Lo hacía con una de esas bicicletas de velocidades, solo que a la suya tuvo que adaptarle unas pequeñas maletas para trasladar sus provisiones. Su dieta empezó con crema de avellana, agua y comida rápida. Después tuvo que aventurarse a la comida local, aunque en su trayecto por Sudamérica recorría cientos de kilómetros con el estómago vacío.
Su idea era tener el dinero suficiente para solventar sus gastos por más de cinco meses y un equipo de apoyo que le acompañara. Probó suerte con una televisora que les propuso hacer todo un espectáculo, pero el apoyo no era suficiente. Así que el plan de Carlos cambió. Sus únicos compañeros de viaje serían su hermana y su cuñado, quienes lo escoltarían durante su viaje desde una camioneta con alimento, ropa y una casa para acampar. “Gastamos, aproximadamente, unos 500.000 pesos (27.000 dólares). Todo fue de donaciones. Yo fui cajero en una tienda y ¡nunca había juntado una cantidad así!”, admite Santamaría en entrevista con este diario.
El estudiante de ingeniería física, enfrentó el mismo destino que los deportistas de México: la carencia de fondos. Intentó en el instituto del deporte en su natal San Luis Potosí para que le dejaran entrenar en sus instalaciones un año antes de hacer su travesía continental. El director del centro estatal rechazó su plan para conquistar América. Después de que Carlos Santamaría concretó la hazaña y escribió su libro, fue a una librería a conseguirlo. Allí se encontró con aquel hombre que le coartó ejercitarse. Cuando lo vio ya no era funcionario, sino un empleado. “Me reconoció y vi su cara. ¡Cómo dan vueltas las cosas!”.
La historia de Carlos Santamaría deja ver a toda esa legión de viajeros por el mundo que buscan cruzar países como una forma para madurar y recibir los golpes de una naturaleza que no distingue la marca de la ropa deportiva ni el modelo de GPS.
El chico de San Luis Potosí rodó en los extremos de temperatura. Desde el hielo y lluvia en Canadá hasta el desierto de Atacama en Chile. A Carlos le tocó huir, en la noche, de un oso que buscaba comida en su casa de campaña. Al sur de América, en las áridas dunas, llevó al límite su velocidad para tratar de que no le alcanzaran los bandidos. Hizo todo lo posible para pedalear con tremendos cólicos estomacales tras mezclar píldoras para dormir, un tamal colombiano de carne de cerdo y jugo de uva. Una mezcolanza que le provocó diarrea.
Carlos Santamaría reconoce que el lugar más hostil fue su propio país, México. Ahí fue cuando se confrontó, sin quererlo, con una camioneta blanca con hombres armados. En el camino, su hermana y cuñado, se encontraron con algunos policías que les extorsionaron. “Si hubiera sido maduro, creo que no hubiera hecho el reto. Valoré más a mi familia al darme cuenta de la locura que estábamos haciendo”.
Santamaría terminó su viaje con un bronceado que no se le quitó durante tres meses y una barba rala. El ciclista llegó a su hogar apaleado por la exigencia a su cuerpo, las felicitaciones que recibió por Facebook eran un pequeño bálsamo.
“Rechacé subirme a una bicicleta después del viaje. Le tenía odio. Me afectaba psicológicamente. No me volví a subir a una en tres meses. De hecho ya no tengo bici”, menciona el chico que narra segmentos de su historia como si contara una noche de juerga. Y de alguna forma lo es, la más larga y con la mayor resaca que haya tenido.