Los escándalos y la inacción de la cúpula eclesiástica ante las agresiones han devorado la imagen de la Iglesia
16 de enero de 2018 – Santiago de Chile – Agencias.
El Papa Francisco quiso entrar de lleno en el asunto más delicado de su visita a Chile desde el primer discurso. “No puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza ante el daño irreparable causado a niños por parte de los ministros de Iglesia”, clamó el Pontífice en su primera intervención pública, en el Palacio de La Moneda, ante la presidenta Michelle Bachelet y su sucesor, Sebastián Piñera. Los escándalos han devorado la imagen de la Iglesia sobre todo desde el estallido en 2011 del caso Fernando Karadima, un sacerdote condenado por abusos prolongados a adolescentes y jóvenes de clase media acomodada y familias muy conocidas y tradicionales de Santiago. La crisis ha hundido el apoyo a la Iglesia, que ya venía bajando, hasta convertir Chile en el país con menos personas que se declaran católicas de toda Latinoamérica, solo el 44%. El 38% de los chilenos dice que no sigue ninguna religión, un récord regional que dobla la media.
Este es uno de los asuntos centrales de un viaje pensado para tratar de revitalizar, con la figura del Papa argentino, que genera pasiones en todo el mundo, una iglesia con problemas graves. Las víctimas de Karadima le reclaman que destituya al obispo de Osorno, Juan Barros, que trabajó al lado del sacerdote durante años, y según las víctimas conocía y toleró los abusos, aunque él no fue un abusador. Pero Francisco ha defendido en varias ocasiones al obispo, asegurando que no hay pruebas contra él.
El Vaticano dijo más tarde que el Papa se había reunido con algunas víctimas de abusos sexuales pero no dio sus nombres. Entre ellas no estaban los tres que denunciaron a Karadima y que han sido las caras más visibles de la presión para que la Iglesia tomara medidas más duras.
El Papa fue claro en sus palabras, pero no ha tomado las decisiones que esperan las víctimas. No sólo no ha destituido a Barros, sino que el obispo participó con todos los demás miembros de la jerarquía chilena en la misa masiva que el Papa dio en el Parque O’Higgins, ante unos 400.000 fieles. Su presencia fue captada por las cámaras de televisión y provocó la indignación de Marta Larraechea, esposa del expresidente Eduardo Frei (1994-2000), que apoya en Osorno la causa de los que quieren que cambie el obispo. “Barros participa de la ceremonia en Parque O’higgins, qué vergüenza, de que pide “disculpas “el Papa? No le creo nada, dice una cosa y hace otra”, se quejó Larraechea desde su cuenta en Twitter.
Barros trató de defenderse ante la prensa. Dijo sentirse muy apoyado por el Papa, defendió su inocencia y aseguró que “se han dicho muchas mentiras” sobre su caso. “Una cosa es haber participado de una parroquia y una cosa muy distinta es haber sido testigo de las cosas por las que se condenó a ese sacerdote. Jamás fui testigo de eso”, insistió. Las víctimas, sin embargo, aseguran que él estaba allí cuando Barros les besaba y les tocaba los genitales. El Papa dijo hace un año que los católicos de Osorno estaba siendo “tontos” al dejarse manipular por “unos zurdos” –izquierdistas- y que no había pruebas contra Barros.
En este ambiente, y con todas las miradas puestas en lo que pudiera decir sobre este asunto, Francisco fue directo al grano y logró los aplausos no solo de los políticos y autoridades que estaban en La Moneda, sino también de los fiels que siguieron su discurso a través de las grandes pantallas en el parque. La parte de los abusos fue la que recibió el aplauso más fuerte. Después, durante la misa, el discurso del Papa no volvió sobre este asunto y se centró más bien en la capacidad de resistencia de los chilenos a las adversidades y un mensaje de paz y reconciliación.
Pero antes de la misa, Francisco ofreció su discurso más político y pidió a los chilenos escuchar a los pueblos originarios, a los jóvenes que reclaman reformas y se han alejado de la política, a los inmigrantes que llegan a un Chile en crecimiento, y también a los niños. Y ahí fue rotundo: “No puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el Episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir”.
Las víctimas le reclaman algo más que esas palabras. Juan Carlos Cruz, que fue abusado por Barros durante años en su adolescencia y hoy vive en EEUU, donde es ejecutivo en la multinacional Dow-DuPont, respondió rápidamente a ese mensaje del Papa exigiendo que destituya al obispo en vez de pedir perdón. “Es otro titular vacío de Francisco para la prensa. Son palabras vacías que causan mayor dolor, porque todos sabemos que no hacen absolutamente nada por las víctimas. Ya se acabó el tiempo del perdón: es el tiempo de acciones. En la Conferencia Episcopal chilena hay obispos que han visto abusos, los han encubierto, y siguen premiados en sus diócesis y el Papa lo sabe. Los obispos Juan Barros, Tomislav Koljatic, Horacio Valenzuela…ahí están todos los obispos puestos. ¿Por qué no los saca?”, señala Cruz, que ha viajado desde EEUU para estar en la visita del Papa y reivindicar la lucha de las víctimas para que nadie más sufra lo mismo que ellos. Las palabras del Papa suenan pues muy rotundas, pero la realidad, con la presencia del obispo criticado en la misa y el rechazo a recibir a las víctimas, parece caminar en otro sentido.
Por si había dudas de que este asunto es clave en la visita que busca recuperar la imagen de la iglesia chilena, el Papa volvió a hablar con crudeza de esta cuestión por la tarde, en su discurso ante la cúpula eclesial en la catedral. Pero allí el tono era diferente, era más de apoyo a los curas inocentes que han visto manchada su imagen y sobre todo un aviso para animarlos a recuperar la imagen de la Iglesia chilena. “La vida vida presbiteral y consagrada en Chile ha atravesado y atraviesa horas difíciles de turbulencias. Ha crecido también la cizaña del mal y su secuela de escándalo y deserción. Conozco el dolor que han significado los casos de abusos ocurridos a menores de edad y sigo con atención cuanto hacen para superar ese grave y doloroso mal. Dolor por el daño y sufrimiento de las víctimas y sus familias, que han visto traicionada la confianza que habían puesto en los ministros de la Iglesia. Dolor por el sufrimiento de las comunidades eclesiales, y dolor también por ustedes, hermanos, que además del desgaste por la entrega han vivido el daño que provoca la sospecha y el cuestionamiento, que en algunos o muchos pudo haber introducido la duda, el miedo y la desconfianza. Sé que a veces han sufrido insultos en el metro o caminando por la calle; que ir vestido de cura en muchos lados se está pagando caro. Por eso los invito a que pidamos a Dios nos dé la lucidez de llamar a la realidad por su nombre, la valentía de pedir perdón y la capacidad de aprender a escuchar lo que Él nos está diciendo”, clamó el Papa, que lejos de evitar el asunto ha querido centrar en él el arranque de su visita a Chile.