Un juez sentencia en segunda instancia que hubo malversación de fondos al pagar las facturas de 56 cenas y comidas privadas con dinero público
11 de enero de 2018 – Roma – Agencias.
Ignazio Marino, alcalde de Roma entre 2013 y 2015, ha sido condenado a dos años de cárcel por malversación de fondos públicos. La sentencia, emitida por juez en segunda instancia, remite al pago de la cuenta de decenas de restaurantes con dinero del Ayuntamiento durante su última etapa como regidor. El caso explotó cuando todavía era alcalde y le obligó a dimitir, algo que resultó un tanto irónico a la luz del saqueo que durante años había sufrido el Consistorio romano sin que nadie hubiera pagado por ello. El juez desestimó la denuncia en primera instancia, pero la fiscalía de Roma apeló y ahora ha sido condenado.
Marino, reputado médico cirujano que aceptó formar parte del PD para la imposible misión de dirigir el Ayuntamiento de Roma, tuvo que dimitir cuando se supo que había pagado 56 cenas por valor de 12.700 euros con el erario público. El escándalo explotó cuando Marino publicó en la web del Ayuntamiento un inventario de comidas y cenas de representación y sus correspondientes facturas. Una de ellas remitía a un almuerzo con miembros de la comunidad católica de San Egidio, pero la asociación negó haber estado presente en dicho encuentro y comenzó una investigación por parte de la fiscalía romana por posible malversación de fondos públicos.
Aquel día se cargó de un plumazo su aura de honestidad, la gran baza electoral y política le había permitido alcanzar la vara de mando. El PD, con sus habituales luchas internas, forzó la dimisión del que fue bautizado como “un marciano en Roma” y que, teóricamente, había llegado para terminar con la enquistada corrupción de la institución.
La ironía es que en el Ayuntamiento romano acababa de explotar la gran trama de inflitración criminal conocida luego como Mafia Capital, que durante años se había adjudicado los contratos públicos utilizando métodos mafiosos. Aquel caso llevó a Matteo Renzi, entonces primer ministro de Italia, a barajar la posibilidad de disolver el Consistorio y entregarlo a una gestora. Además, la ciudad atravesaba una de sus cíclicas crisis de basuras y Marino había sido incapaz de controlarla. De modo que su dimisión, en un primer momento, tranquilizó los ánimos, fuera y dentro de su propio partido.
Marino, que devolvió aquella suma y nunca entendió su situación, se despidió amargamente en una carta abierta. “En estos dos años he cambiado un sistema de gobierno basado en la aquiescencia a los lobby, a los poderes incluso criminales. No sabía hasta qué punto era grave la situación, hasta qué profundidad había llegado la complicidad político-mafiosa (…). Todo mi esfuerzo ha suscitado una reacción furiosa. Desde el principio se ha tratado de subvertir el voto democrático de los romanos. Ahora esta agresión llega a su final. Presento mi dimisión”. Haciendo honor a las surrealistas vueltas de tuerca que rodean siempre al Ayuntamiento romano, Marino se echó para atrás días después y desató una guerra abierta con la dirección del partido que obligó a sus 19 concejales a dimitir en bloque para forzar su marcha definitiva.
Ese día comenzó para Roma otro viaje imposible hacia el saneamiento de su Gobierno y a la normalización de una máquina de derribar alcaldes. Se nombró entonces a un comisario extraordinario, Francesco Paolo Tronca, que guió a la ciudad hasta la celebración de elecciones municipales en junio de 2016, en las que fue elegida la actual alcaldesa, Virginia Raggi (Movimiento Cinco Estrellas). Hoy, de nuevo en plena crisis de la recogida de basura, los ciudadanos de Roma vuelven dar la espalda a la gestión de su alcaldesa, que se encuentra imputada y a la espera de juicio por falso testimonio.