En un partido que se le puso de cara con la expulsión de Sánchez en el minuto 5, el combinado nipón soprende con orden a la pasional selección cafetera
19 de junio de 2018 – Agencias.
Con un juego sin alardes, beneficiado por error garrafal de Davinson Sánchez que empeoró con su expulsión Carlos Sánchez, tímido en gran medida pero decidido en su voluntad de no ceder una conquista inesperada, Japón derrotó a Colombia en un encuentro en el que el perdedor mereció tanto o más honor que su rival. Fue el conjunto cafetero un rebelde con causa, algo adolescente en su voluntad de reivindicarse, pero un ejemplo de pasión por competir que no obtuvo el premio merecido. Jugó mejor durante más tiempo, pero defendió peor en los momentos clave. Primero con la roja que le dejó con uno menos durante 85 minutos -la mano de Sánchez no requirió del VAR para ser señalada- y con un gol en la despensa -Kagawa demostró la enorme calidad que posee en el lanzamiento-, y después habilitando un remate de Osako de cabeza cuando más firme parecía el empate.
Verse con el viento de cola, el marcador de cara y frente a un rival atolondrado le sentó fatal a Japón. No supo el equipo de Nishino cómo ejercer esa superioridad de una forma tan temprana, tan inesperada, tan poco prevista. Se convirtió sin darse cuenta en un equipo débil en su campo, sin recursos para sacar de sus casillas a una selección colombiana a la que el sol del estadio de Luzhnikí había cegado de manera prematura.
Pero con la mochila llena de piedras, la voluntad del equipo de Pekerman fue la de cualquier deportista que afronta una maratón con el tobillo dolorido. El sufrimiento es en sí mismo el mejor aliciente para descargar adrenalina, y en el fútbol no hay mayor cuesta que una expulsión. Tardó el seleccionador colombiano en reordenar el bloque , pero la marcha de Cuadrado y la colocación de Barrios en el centro del campo junto a Lerma permitió que Quintero se olvidase de hacer eso que tanto le cuesta y que tan poco practica: correr sin balón. El zurdo de River Plate es tan técnico como previsible, aunque esa manera de mostrar el truco no sea suficiente para chafarle la función. Japón, tan aplicada como tierna en los marcajes, dejó hacer pensando que si ya había logrado ponerse por delante y además manejaba dos piernas extra para cubrir su portería nada malo podría suceder. Y vaya que si ocurrió.
Sin James Rodríguez sobre el campo -comenzó en el banquillo, aletargado por unas molestias musculares que no remiten-, la única figura colombiana que engulló a los suyos y digirió el partido fue Falcao. Nada en el delantero cafetero es casual. Ni su forma de pelear, de protestar, ni siquiera de revolcarse por el césped, aunque la mayoría de veces resulte artificial. No lo fue a la hora de provocar una falta al borde del área -que no fue- y de situar a Colombia ante una oportunidad única teniendo en cuenta el panorama. Quintero, goloso con su bota izquierda, ejecutó un disparo raso, lento en apariencia, pero preciso en su dirección, que se alojó junto al palo izquierdo de Kawashima.
Solo tras el descanso decidió Japón deshacerse de un temor injustificado. Con mayor voluntad de ataque adelantó líneas e Inui, desaparecido en el primer acto, dispuso de dos remates claros que no terminaron por superar a Ospina. Sakai, en el costado derecho, también decidió sumarse al ataque y demostrar que es algo más que un lateral con vocación de central. No hubo rastro de Kagawa, el mejor jugador nipón, ni siquiera de Shibasaki, reconvertido en medio centro puro en el esquema de Nishino. Si bien pisaba territorio enemigo con más asiduidad, las llegadas de Colombia parecían cargadas de mayor rabia. Lo demostró James al entrar al campo, demasiado alterado, hiperexcitado en ese momento por el empate, que pretendió ocupar todos los espacios del campo. El tanto de cabeza de Osako, que le ganó la marca a Arias -en el único error que cometió el defensa del PSV holandés en todo el partido- acabó por desconcertar a Colombia. Con un Mojica exhausto -fue el jugador que con mayor inteligencia exprimió sus pulmones-, todas las oportunidades dependían de la pillería de Falcao o de la certeza de Bacca. Ni uno ni otro lograron su objetivo.
Japón celebró la victoria ante Colombia como quien conquista un territorio contra todo pronóstico. No imaginaron que ocurriría, tampoco su rival, pero ocurrió. Y vaya si le costó lograrlo.