Mientras la Administración de Trump rompe acuerdos y cuestiona alianzas, el gigante asiático impulsa los lazos políticos, culturales y sociales con la región
11 de diciembre de 2017 – Washington – Agencias.
Una semana después de la elección de Donald Trump, el presidente Xi Jinping viajó a Latinoamérica por tercera vez en tres años para enviar un claro mensaje: China quiere ser el principal aliado de la región. “Si compartimos la misma voz y los mismos valores, podemos conversar y admirarnos sin importar la distancia”, prometió el líder asiático ante la presidenta chilena, Michelle Bachelet, en Santiago. A poco de cumplirse el primer año de Trump en la Casa Blanca, el Gobierno de EE UU está en retirada del plano internacional, cuestionando alianzas y rompiendo acuerdos. En América Latina, China, que desde hace más de 10 años es un importante socio comercial, aumenta ahora su influencia política, cultural y social para ocupar el vacío creado por la falta de estrategia estadounidense.
Trump llegó a la Casa Blanca aupando una retórica nacionalista y proteccionista en el ámbito comercial. Latinoamérica observó el carácter impredecible de un nuevo presidente anti-establishment con incertidumbre. Pero en menos de un año, el presidente estadounidense ha confirmado su lealtad a su agenda anti-globalización de “América Primero”. Trump ha retirado a EE UU del Acuerdo de París —al que están suscritas todas las naciones del mundo— y del Tratado comercial con el Pacífico (TPP) con países asiáticos y latinoamericanos. El presidente también ha amenazado con poner fin al Tratado de Libre Comercio (TLC) con México y Canadá. Con estas y otras decisiones, Trump ha distanciado a EE UU de su posición hegemónica mundial y forzado a sus socios tradicionales a buscar y reforzar otras alianzas. “Siempre pondré a América primero, no podemos seguir participando en acuerdos en los que EE UU no obtiene nada bueno”, afirmó el republicano en la Asamblea General de la ONU.
Más allá de las repetidas sanciones contra el Gobierno de Venezuela el retroceso en los pactos comerciales, la nueva Administración no ha establecido una estrategia de aproximación hacia sus vecinos del sur ni asignado todavía los diplomáticos de los puestos clave en el Departamento de Estado. EE UU, en sus pocas referencias a Latinoamérica, ha centrado su discurso en la dureza contra la inmigración y el narcotráfico. En agosto, el vicepresidente Mike Pence trató de suavizar las señales que Washington envía con una breve gira por cuatro países. Pese a haber hablado por teléfono con la mayoría de presidentes, Trump ha optado por Europa, Oriente Medio y Asia en sus primeras salidas internacionales.
El viaje de Jinping, cargado de simbolismo, sugirió una aceleración por profundizar las relaciones entre Latinoamérica y su país, que desde hace 15 años ha incrementando exponencialmente su inversiones en la región. En ese tiempo, el gigante asiático ha multiplicado por 22 veces el volumen de su comercio con los países de la región. En 2016, invirtió cerca de 90.000 millones de dólares en los países del área. China es ya hoy el principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú. Pero su huella en América Latina ya sobrepasa los ámbitos económicos.
“Ahora China trata de conseguir influencia política. Cada vez consigue penetrar más las esferas académicas, culturales, sociales así como la prensa. Tienen miles de iniciativas para conectar con élites y personas de influencia, por ejemplo líderes de opinión, diplomáticos, periodistas, para atraerles a una visión positiva de China”, afirmó esta semana el investigador y periodista Juan Pablo Cardenal en una conferencia organizada en Washington por el foro de debate político y económico, Americas Society, Council of the Americas. Otros no lo creen así. “Solo quieren negocios, materias primas y comercio”, defendió el exembajador mexicano ante China, Jorge Guajardo.
Sin embargo en los últimos años, el Gobierno chino y sus agencias han impulsado iniciativas alejadas del ámbito comercial. “Invitan a gente a China para participar en conferencias, exponer una imagen benévola de su régimen, y les ‘convierten’ en embajadores de facto del Gobierno chino. A menudo se leen columnas de opinión en medios de la región que emulan el discurso promulgado del Partido Comunista de China”, explicó Cardenal, que ha investigado la influencia de China en más de 40 países.
Hace un año Jinping anunció que en los próximos años su Gobierno dará la bienvenida a más de 10.000 jóvenes líderes, 500 periodistas y hasta 1.500 representantes políticos para participar en jornadas. China ha creado Institutos Confucios en universidades de nueve países, para promover el aprendizaje del chino y la cultura del país, y programas de intercambio para estudiantes. Pese a que en China hay poca libertad de prensa, el país y Latinoamérica han forjado una estrecha cooperación que cada año celebra un congreso con los principales actores de los medios de comunicación de la región. “Las asociaciones, las empresas y el Gobierno chinos reman en la misma dirección: quieren favorecer los objetivos nacionales estratégicos del país”, afirmó Cardenal.
Otras iniciativas son más explícitas. Panamá, un socio tradicional de EE UU, reactivó en junio sus relaciones diplomáticas con Pekín y en noviembre, durante una visita del presidente de tres días, abrió su embajada en la capital china. Ambos países firmaron hasta doce acuerdos, algunos de los cuales están dedicados a la promoción cultural y el turismo.
Lejos de ralentizarse, el auge de China en Latinoamérica es observado como un fracaso de la política estadounidense, según señalaron los expertos. La entrada de lleno del gigante asiático en la urbanización geográfica de EE UU es un motivo de preocupación y una señal de la pérdida de la hegemonía estadounidense. Con la posible finalización del TLC, para muchos un acuerdo vital de la economía de EE UU, China ya se ha perfilado como una alternativa para México. De ocurrir, su sombra asomaría por la frontera sur, aquella que Trump quiere proteger con un muro.