El proyecto de explorar Próxima Centauri puede llevar casi un siglo
5 de enero de 2018 – Agencias.
La Voyager-1 es la nave que más lejos ha llegado en el espacio. Despegó en 1977 y tardó 37 años en salir del Sistema Solar. A su vertiginosa velocidad actual —17 kilómetros por segundo— tardará otros 70.000 años en alcanzar la estrella más cercana. Si a los humanos nos cuesta tanto acordar un plan para mitigar el cambio climático de aquí a 100 años, ¿cómo pensar en una misión para alcanzar otro astro y sus planetas en un tiempo razonable?
Es lo que ha hecho Anthony Freeman, del Laboratorio de Propulsión a Chorro, el epicentro de las misiones robóticas de la NASA, (JPL, por sus siglas en inglés). Junto a Leon Alkalai, jefe de la oficina de planificación estratégica, el ingeniero acaba de presentar el primer concepto para una misión interestelar que se lanzaría en 2069, cuando se cumplan 100 años de la llegada del hombre a la Luna.
“La NASA comenzó a contemplar misiones interestelares hace 30 años”, explica Freeman al teléfono desde su despacho. “Entonces el foco de atención era cómo hacer posible la comunicación entre la nave y la Tierra. Después hemos revisado estas ideas más o menos cada década”, explica.
El nuevo proyecto —aún sin nombre—“está en un etapa muy temprana como concepto de misión”, advierte Freeman, pero coincide con el reciente arranque de proyectos similares impulsados por organizaciones privadas y con la aprobación en el Congreso de EE UU de un documento promovido por el republicano John Culberson que pide expresamente a la NASA que comience a financiar desde ya este proyecto.
El destino de la futura misión sería Próxima Centauri, donde se ha descubierto un planeta habitable del tamaño de la Tierra. La propuesta de Freeman contempla una nave capaz de viajar al 10% de la velocidad de la luz, con lo que alcanzaría Próxima en 40 años. Las primeras imágenes tomadas desde allí llegarían a la Tierra unos cuatro años más tarde, en 2113, casi dentro de un siglo. Esto supone que los ingenieros y científicos que analizasen esas imágenes ni siquiera habrían nacido cuando se lanzó la nave, y probablemente la mayoría de sus diseñadores originales estarían muertos para entonces. Ninguna misión espacial se ha enfrentado a este tipo de horizontes temporales y este es uno de sus mayores retos, admite Freeman. “Ahora las misiones espaciales se hacen con un enfoque muy conservador. Si realmente queremos enviar una misión a otra estrella no podemos hacer eso, tenemos que ser un poco más locos”, reconoce.
Cuando la nave llegue a su destino, la tecnología del momento la habrá sobrepasado por completo. El concepto de Freeman explora una sonda capaz de actualizarse, reprogramarse y transformarse sin necesidad de enviarle todas las instrucciones desde tierra, por ejemplo usando impresoras 3D y sistemas de inteligencia artificial capaces de crear nuevos programas de software. El concepto desarrollado por Freeman y Alkalai también sugiere una misión de apoyo, cuyo objetivo sería viajar 550 unidades astronómicas (cada una equivalente a la distancia entre la Tierra y el Sol) en la dirección contraria a Próxima Centauri. Su objetuvo sería tomar imágenes aprovechando el fenómeno de las lentes gravitacionales, que usa la gravedad de cuerpos celestes como el Sol como si fuera una lupa para ampliar la imagen del astro que se desea observar.
El enfoque a largo plazo permitiría desarrollar las complejas tecnologías necesarias de forma gradual y probarlas con objetivos más cercanos y asequibles, como la nube de Oort o el Planeta X, asegura Freeman, que presentó su concepto hace unas semanas durante el Congreso de la Unión de Geofísica de EE UU.
Por ahora no hay nuevas formas de propulsión para un viaje interestelar. Ni el combustible químico de los cohetes, ni los paneles solares, ni la energía nuclear sirven para cubrir las distancias de más de 40 billones de kilómetros que hay hasta los astros más cercanos en un tiempo asequible. Algunas ideas alternativas son la fusión nuclear o las explosiones de materia y antimateria, que no se han desarrollado aún.
Otra opción es la “energía dirigida” que propone Phillip Lubin, físico de la Universidad de California en Santa Bárbara (EE UU). El sistema se basa en naves con velas solares alimentadas por luz láser emitida desde la Tierra o el espacio. Cuanto más pequeña sea la sonda más rápida puede ser, hasta un límite que puede llegar al 20% de la velocidad de la luz, asegura Lubin. En este caso, la tecnología necesaria sí existe ya y el físico espera que experimente un desarrollo exponencial similar a la electrónica. Desde 2015, el proyecto Deep-In ha recibido dos rondas de financiación de la NASA por un total de más de medio millón de euros. “Con un presupuesto adecuado, la tecnología que estamos desarrollando puede estar lista para una misión interestelar antes del 100 aniversario del aterrizaje del Apolo [11]”, asegura Lubin.
El mismo año que se descubrió el planeta en Próxima, Stephen Hawking apadrinó el nuevo proyecto para buscar vida con un enjambre de diminutas naves espaciales impulsadas por láser capaces de llegar a esa estrella en 20 años. Detrás de la iniciativa estaba Yuri Milner, un multimillonario ruso que se ha convertido en uno de los mayores mecenas de la ciencia mundial y que puso 100 millones de dólares en el proyecto. El sistema de propulsión de esas naves —que realizaron su primer viaje al espacio en 2017— está basado en el de Lubin. “Estamos entusiasmados de que la NASA haya empezado a trabajar en misiones interestelares”, dice Pete Worden, exdirector del Centro Ames de la agencia espacial estadounidense y actual director ejecutivo de Breakthrough Starshot, el proyecto de Milner. La organización está negociando con la NASA para cooperar en varios campos, incluido el viaje interestelar, y esperan anunciar los detalles en unos meses, asegura.
Otros expertos que trabajan en misiones actuales y futuras dudan de que estos proyectos sean viables. Mar Vaquero, ingeniera de vuelo en el JPL, cree que la propuesta de sus colegas es demasiado “loca y teórica”, aunque añade que “no hay duda de que un concepto así invita a la reflexión”. Además no faltan paralelismos con misiones recientes de gran éxito. “La ruta primaria de Cassini no estaba planteada del todo en el momento del lanzamiento. Fue durante la fase de crucero cuando se diseñó. Con este concepto puede ocurrir algo semejante. Toparemos con retos en diferentes campos, como la propulsión, la navegación, o la misma prot
ección de la nave y sus sistemas durante tantos años de viaje interestelar, pero no me cabe duda de que podremos resolverlos”, asegura.