Alrededor de 150.000 coreanas fueron las «mujeres de confort» de los militares japoneses, un abuso que se ocultó durante décadas. El estigma y el tiempo no han jugado de SU parte pero Kim Mun Suk dedicó su vida a buscarlas y a denunciar este crimen de lesa humanidad
17 de diciembre de 2018 – Agencias.
Gracias a la perseverancia de Kim Mun Suk, en los libros de Historia se ha introducido un capítulo que tanto Corea como Japón habían borrado de las páginas de sus anales. Eufemísticamente el Gobierno surcoreano prefiere que se las mencione como «mujeres de confort» o «mujeres de solaz», pero literalmente son las esclavas sexuales del Ejército Imperial Japonés desde la invasión hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. A sus 90 años, Kim es aún la presidenta del Consejo Coreano para las mujeres reclutadas como esclavas sexuales de Japón, ubicado en la ciudad meridional y portuaria de Busán. Su oficina está repleta de artículos y libros, de recortes de prensa y fotografías que narran –primero en blanco y negro y después en color– los pasos que se dieron para destapar una de las incalculables atrocidades que cometieron los soldados nipones durante la primera mitad del siglo XX. Kim –que fue una importante empresaria durante el auge de las agencias de viajes– confiesa que no fue hasta 1989 cuando supo «de estos actos, pues hasta entonces (al igual que el resto del país) no tuve ninguna información de estos hechos». Le llamó la atención la gran cantidad de japoneses que a finales de los 80 viajaba a Corea del Sur «de turismo sexual», ya que según ellos «tenían fama». «No podía soportar que tantos hombres vinieran de viaje sexual, a comprar sexo». Descubrió que era algo común y una constante durante los últimos años, pero también lo había sido en las décadas pasadas. Desde finales de los 60 tenían costumbre de viajar a Corea del Sur con este propósito. Ella ya había estado comprometida en movimientos de mujeres, por la igualdad, enseñando a leer a analfabetas… pero nunca se había involucrado tanto. Una amiga suya de la universidad, en Seúl, ya estaba al tanto y le dijo que por qué no unían fuerzas para impedir el turismo sexual de los japoneses. Y empezaron a manifestarse. Kim llegó a ir a los aeródromos de Busán con pancartas contra ellos. Algunos nipones le dijeron que por qué se cabreaba, pues antes, como eran militares, no pagaban pero ahora sí que lo iban hacer. «Ahora somos ricos, podemos pagar». Es entonces cuando comenzó a investigar y entendió todo: «Las mintieron. A miles de mujeres que vivían en Corea, en China, Taiwán y otras islas sureñas», cuenta indignada. «Los japoneses les dijeron mentiras para llevárselas. A algunas les prometieron que irían a trabajar a una fábrica de productos militares. Muchas eran niñas a las que embaucaron con ir a la escuela. Hacían el viaje, algunas en buque, y después las encerraban». A otras, directamente las secuestraron siendo adolescentes o las vendieron. Las tenían capturadas en una especie de burdeles denominados «estaciones de confort» que tenían como objetivo aumentar la moral del Ejército Imperial japonés. La gran pregunta es cómo y por qué se camufló este atropello a los derechos humanos. Kim cuenta su teoría sin rodeos: «En 1962, hubo una reunión bilateral entre Kim Jong Pil (el fundador de la agencia de Inteligencia de Corea del Sur) y el entonces ministro de Exteriores de Japón y después «premier», Masayoshi Ohira. Tokio tenía que negociar la compensación a Seúl después de la guerra y finalmente retomaron las relaciones firmando un tratado en 1965. Pues bien, Japón entregó 300 millones de dólares para la reconstrucción y se prometieron que nunca hablarían sobre el asunto de las mujeres de solaz». Kim continúa: «Por esa promesa, por ese encubrimiento tardé tanto en enterarme. Y ese problema desapareció de la Historia».
El hallazgo de 250 valientes
Kim reconoce que calcular el número exacto es muy complejo. Sugiere que son 150.000 las coreanas y mujeres del sur de Asia, pero otros organismos las aumentan a más de 200.000. «Me enteré en 1989 y en 1990 directamente me puse a buscarlas. Instalé un teléfono abierto. Publiqué información para que a través de este número, cualquier mujer que lo hubiera sufrido pudiera llamar y así yo las ayudaría. Pensaba en por qué no podía ver la existencia de las mujeres de solaz. Por eso escribí también en el periódico, salí en la televisión, así como en la radio. Instalé el teléfono en todo el país, en todas partes, para buscar a las víctimas. Durante el año que estuvo el teléfono abierto y mis anuncios emitidos, 250 mujeres me contaron su experiencia», recuerda conmovida. Y es que la primera vez que sonó ese teléfono no pudo contener la emoción. La primera mujer, la primera valiente, que decidió salir del armario y romper 40 años de silencio fue Kim Hak Sun. «Hablamos durante horas y lloramos mucho», asegura emocionada mientras señala la fotografía que atesora ese momento. «Las noches eran las peores –describe, mientras se fija en uno de los barracones donde las tenían encerradas– podían entrar perfectamente diez hombres, uno detrás de otro». Kim es consciente de que el tiempo no ha jugado de su parte. «Fueron pasando los años y muchas de ellas se han muerto. Tuvimos 250 víctimas». Pero en la actualidad, solo están vivas 27. Como esclavas sexuales no tuvieron una vida fácil. Vivían en condiciones infrahumanas siendo violadas y golpeadas continuamente y asesinadas si se resistían. De hecho, según un estudio de Naciones Unidas (publicado en 1996), muchas fueron ejecutadas cuando terminó la II G M. El 90% no sobrevivió. Las pocas que lo lograron a menudo eran estériles y no tenían trabajo ni medios para volver a sus casas, por eso es tan complicado recopilar sus testimonios. Por no hablar de la deshonra que supone en una sociedad como la surcoreana. «Es muy difícil contar esta experiencia. Algunas lo hicieron porque tuvieron una vida llena de dificultades. Fueron muy valientes. Algunas muchachas no pudieron casarse. Muchas de las que se casaron nunca contaron su experiencia como mujeres de solaz. En la sociedad coreana los padres no permiten casarse a su hijo con una mujer que ha tenido esa vida».
Un perdón sincero
Una vez halló a estas 250 víctimas, el «Gobierno coreano comenzó a dar un pequeño subsidio, pues la mayoría de ellas tenía una vida muy difícil. Estaban en una situación muy dura». En 2015, el Gobierno japonés de Shinzo Abe dio una compensación de 10 mil millones de wones a Corea del Sur. Sin embargo, para ellas «el primer ministro nipón no pidió perdón y dijo que con este dinero se podría ayudar a las víctimas como una especie de compensación. El Gobierno anterior recibió ese dinero y creó una fundación. El Ejecutivo surcoreano no tenía que haberlo recibido. El actual presidente Moon indicó que devolvería ese dinero y disolvería la fundación. En vez de una cantidad económica, demandó una disculpa sincera. Señaló que el perdón tenía que ser lo primero» y eso es lo que reclaman las mujeres que siguen vivas. «El Ejecutivo les da un subsidio suficiente para sobrevivir, además, si están enfermas pueden recibir atención médica o ingresar en el hospital gratis», por lo que Kim insiste en que no es una compensación económica de Japón lo que desean las víctimas.
Esta semana se ha entregado el Premio Nobel de la Paz a una esclava sexual yazidí del grupo yihadista Estado Islámico, Nadia Murad y al ginecólogo congoleño, Denis Mukwege, que reconstruye y opera a las mujeres del Congo que son víctimas de la brutalidad sexual de los soldados de uno y otro bando. Ambos demandan justicia y condenar a los culpables. Al reflexionar sobre si la sociedad no ha aprendido, sobre si atrocidades que se cometían hace 80 años se siguieron perpetrando durante décadas en África y hace tan solo cuatro años en Irak, Kim lo tiene claro: «El tema relacionado con la mujer, es el más marginado en todos los asuntos sociales. No se ha evolucionado mucho». En su opinión, «no existe mucha diferencia entre los derechos y la postura que tenemos las mujeres de este siglo, con los de hace 50 años o 100». De ahí que se sigan dando galardones «nada progresistas». Es más, ella misma reconoce que ha sufrido el estigma en su propia vida personal y social por defender y ayudar a estas mujeres que fueron ignoradas durante décadas.
De empresaria a activista
Una vez que la empresaria Kim Mun Suk escuchó a todas las mujeres, escribió un libro con sus testimonios. Lo hizo en japonés y consiguió que una imprenta nipona le publicase el libro. «Los japoneses leyeron la historia y también a ellos les sorprendió», reconoce la nonagenaria. Y es que «la historia de estas mujeres también muy sorprendente para los japoneses». En las legaciones diplomáticas de Japón en Corea del Sur ahora se han erigido estatuas de niñas (con sombras de abuelas) para homenajearlas. Hasta los futuros historiadores o guías turísticos surcoreanos aprenden este horrible pasaje de la Historia enterrado durante décadas en ambos países.