En 2017, ha edificado 29 hectáreas con nuevas instalaciones militares en las islas Paracelso y Spratly.
28 de diciembre de 2017 – Agencias.
Hace poco menos de un año, las espadas estaban por todo lo alto entre Pekín y Washington a cuenta del contencioso en torno al Mar de China Meridional y la militarización de las islas artificiales que el gigante asiático ha ido construyendo unilateralmente en esas disputadas aguas. “Primero enviaremos a China una clara señal de que la construcción de esas islas tiene que acabar y, después, de que su acceso a ellas no será permitido”, llegó a amenazar el entonces candidato a secretario de Estado, Rex Tillerson.
Lejos de achicarse, Pekín recogió el guante y, a través de sus medios más beligerantes, defendió su postura con firmeza. “Si el equipo diplomático de Trump define el futuro de las relaciones sinoestadounidenses como ahora, es mejor que las dos partes se preparen para un enfrentamiento militar”, avisaba el nacionalista Global Times. “Sus palabras son un revoltijo de simpleza, falta de vista, viejos prejuicios y fantasías políticas” que empujan hacia una “confrontación devastadora”, aseguraba por su parte el China Daily.
Pero tras doce meses, 20 lanzamientos de misiles -tres de ellos intercontinentales, el último con posibilidad de alcanzar territorio estadounidense- y el sexto ensayo nuclear de Pyongyang, las dos superpotencias han optado por acercar posturas para lidiar con el desafío que suponen las ambiciones militares de Corea del Norte, un conflicto que pareció enterrar el hacha de guerra sobre el contencioso marítimo. Sin embargo, eso no se tradujo en un parón en los trabajos de Pekín en la región, que ha aprovechado la distracción generada por los desmanes de Kim Jong-un para seguir ampliando y fortificando la zona sin la presión de tener el foco mediático sobre él.
Según un informe presentado la semana pasada por el think tank estadounidense Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, las recientes imágenes tomadas por satélite muestran que China edificó este año 29 hectáreas de nuevas instalaciones en las islas artificiales construidas en los archipiélagos Paracelso y Spratly, a las que ha dotado con depósitos de munición, sistemas de radar de alta frecuencia, hangares y baterías antimisiles, entre otros dispositivos. Para el instituto, sus acciones suponen una “crisis lenta” en uno de los focos de tensión más peligrosos del mundo, con seis países (China, Filipinas, Vietnam, Brunei, Malasia y Taiwán) disputándose diferentes partes de su soberanía.
“Estas revelaciones reflejan un desafío cada vez más profundo a la estabilidad regional. Al poner el radar y las otras instalaciones en estas islas artificiales, China busca garantizarse el control de las rutas marítimas cruciales que atraviesan estas aguas”, apuntó a este diario Lauren Dickey, investigadora del King´s College de Londres. “Este hecho, sumado a la aparición de sus aviones militares en estos islotes, sugiere que Pekín los podría usar para proyectar su poder militar tanto dentro como fuera de la región”.
Interpelado sobre este asunto, el portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Lu Kang, volvió a rechazar estas acusaciones, repitiendo el mantra chino de que sus trabajos en esta zona -un 90% de cuyo soberanía reclaman para sí- tienen caracter civil y defensivo. “Es completamente normal que China lleve a cabo la construcción pacífica y construya equipos esenciales de defensa en su propio territorio soberano”, aseguró a los medios.
Para entender el por qué del interés chino en controlar estos islotes, algunos de los cuales se alejan hasta 2.000 kilómetros de sus costas, basta con mirar un mapa. Cada año, este mar es testigo del paso de un tercio del comercio marítimo mundial (estimado en más de 5.000 millones de dólares anuales) y sus aguas son ricas en recursos pesqueros y minerales, con un subsuelo que se cree que alberga abundantes yacimientos de gas y petróleo todavía por explorar.
Pero no solo eso. El gigante asiático limita por tres costados con los desiertos de Asia Central, la estapa rusa y las imponentes cumbres del Hindú Kush y los Himalayas, fronteras naturales que le protegen de una posible invasión pero que complican sobremanera los intercambios comerciales. Ante esta situación y con 14.500 kilómetros de costa, su salida al exterior más obvia se encuentra en el mar. Sin embargo, el Gran Dragón se enfrenta a la conocida como “primera línea de islas”, una cadena que comienza en la península coreana, sigue por Japón y Taiwán, engancha en Filipinas y termina en Malasia e Indonesia, todos ellos -salvo Corea del Norte- aliados más o menos fuertes de EEUU y capaces de colaborar con la Armada estadounidense para cerrarle el paso a China en caso de conflicto.
“En la actualidad, China no puede romper el cordón que EEUU puede colocar alrededor de sus salidas”, afirmó el especialista de Mauldin Economics, George Friedman. Por eso, asegura, el país está tratando de “comprar tiempo” mientras renueva y refuerza el poderío de su Armada y fortalece estas islas artificiales que le puedan garantizar suministros y operatividad a distancias tan lejanas de la costa continental.
Ante esta situación, los expertos apuntan a que Pekín seguirá adelante con sus tareas pase lo que pase hasta que considere garantizados sus intereses, algo que puede generar nuevas tensiones -pero no un conflicto- con EEUU. “No es probable una confrontación entre ambos por este tema: los dos tienen mucho que perder y, aunque son competidores, también se complementan en asuntos como el norcoreano”, aventuró a La Razón Elena Collison, investigadora de la Universidad de Tecnología de Sidney. De la misma opinión es Dickey, para la que el gran desafío será ver cómo ambos equilibran sus diferencias en esas aguas con la necesidad de cooperar en la península coreana. Eso sí, pronosticó un 2018 “en continua ebullición” al que habrá que seguir la pista.