El presidente arropa a la tenebrosa Gina Haspel ante su comparecencia en el Senado y asegura que “se la ataca por ser dura contra el terror”
7 de mayo de 2018 – Washington – Agencias.
Donald Trump vuelve a pisar las tinieblas. En una clara defensa del programa de torturas que desarrolló la CIA tras el 11-S, el presidente de Estados Unidos ha ordenado arropar a su candidata a la dirección de la agencia, Gina Haspel, después de que esta misma quisiera tirar la toalla ante la evidencia de que en su comparecencia este miércoles en el Senado saldrá a relucir su más que activo papel en la guerra sucia antiterrorista. Un agujero negro del que la implacable y arácnida Haspel fue tan ideóloga como ejecutora. “¡Que gane Gina!”, clamó esta mañana Trump.
Haspel, de 61 años, es la cara oscura de la CIA. Fiel funcionaria de la agencia de inteligencia desde hace 33 años, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en el servicio de operaciones encubiertas. Un eufemismo para referirse a los trabajos sucios. Patriota, inflexible y poseída por el furor antiterrorista propio de la era Bush, después de los atentados del 11-S se sumó con entusiasmo al programa de torturas para sospechosos. Fue lo que con gelidez burocrática se denominó técnicas de interrogación mejoradas y que incluían prácticas como la privación del sueño, la desnudez, el sometimiento a frío intenso, el encerramiento en cubículos y la asfixia en agua (waterboarding). Un horror que Haspel no solo defendió sino que materializó al dirigir en Tailandia la primera cárcel secreta de la CIA. En ese centro supervisó en 2002 las torturas a Abu Zubaydah y Abd al-Rahim al-Nashiri. Dos supuestos miembros de Al Qaeda a los que se sometió al catálogo completo de vejaciones, incluidos los ahogamientos (hasta 83 veces en un mes).
Tanto celo profesional le abrió camino en la CIA y la llevó a convertirse en 2003 en mano derecha del que fuera director de contraterrorismo de la agencia y posteriormente jefe de operaciones encubiertas, José Rodríguez. Desde ese puesto asumió gran parte de la dirección operativa de la guerra sucia y en 2005 tomó una decisión que no ha dejado de perseguirla: ordenó destruir un centenar de vídeos de torturas a detenidos.
Aunque el programa fue desmantelado por completo en 2009 bajo el mandato de Barack Obama y se decidió no pedir cuentas judiciales a ninguno de los participantes, la desaparición de las grabaciones y su intensa participación en las torturas le pasaron factura en 2013 cuando fue propuesta como jefa de operaciones clandestinas. Los demócratas, que entonces controlaban el Comité de Inteligencia del Senado, bloquearon su designación.
Este pasado ha revivido ahora con fuerza. Haspel, que desde hace un año es adjunta al director de la CIA, teme que en su comparecencia del miércoles emerja su tenebroso currículum. Y sabe también que la mayoría republicana en el Senado, de solo dos escaños, pueda fallarle si el escándalo se desboca. Por ello, este viernes pasado, bajo el argumento de no querer dañar la reputación de la agencia, anunció a la Casa Blanca su decisión de no presentarse al puesto.
La marcha atrás de Haspel, según The Washington Post, generó un rápido movimiento del Ejecutivo. A la sede de la agencia en Langley (Virginia) acudió a convencerla un grupo selecto de altos cargos, entre ellos, la portavoz oficial, Sarah Huckabee Sanders. Tras horas de tira y afloja lograron que desistiera de su renuncia. En esta presión, participó telefónicamente el propio Trump.
El presidente, intuyendo la batalla, optó no solo por defender su designación, sino por presentarla como una cuestión de patriotismo. Este lunes condensó esta estrategia en un tuit: “Mi muy respetada candidata a la dirección de la CIA, Gina Haspel, está siendo atacada por ser demasiado dura con los terroristas. Pensad en esto, en estos tiempos tan peligrosos tenemos a la persona más cualificada, una mujer, que los demócratas quieren que se vaya porque fue dura contra el terror. ¡Que gane Gina!”.
La proclama vuelve a sacar a la luz al Trump más feroz. El mismo que en 2016, en plena campaña electoral, defendía la tortura en los mítines. “¿Qué pensáis del waterboarding? A mí me gusta mucho. Y la verdad, no creo que sea suficientemente duro. Vivimos tiempos medievales y contra el fuego hay que luchar con fuego”, llegó a decir. Sus palabras, repetidas en diferentes foros, abrieron un agrio debate en el que el magnate, por un momento, pareció retroceder. Fue un espejismo. Ahora, con la defensa de Gina Haspel ha vuelto al punto de partida. Al Trump de siempre.