A dos meses de las elecciones, el presidente de Estados Unidos acusa a Google y las redes sociales de estar sesgados hacia la izquierda y censurar las noticias positivas sobre él
3 de septiembre de 2018 – Los Ángeles – Agencias.
En el supuesto de que Donald Trump utilice un ordenador (quienes lo conocen aseguran que no), lo que ve no le gusta. El presidente de Estados Unidos, o alguien de su entorno, ha buscado en Google las palabras Trump news y el resultado le ha sorprendido para mal. Así lo dijo en un tuit el pasado 28 de agosto: “Los resultados de Google para ‘Trump news’ solo muestran la visión de los medios de noticias falsas. En otras palabras, lo han trucado contra mi y contra otros, de forma que casi todas las historias son malas”. Trump se quejó de que salía mucho CNN y de que “el 96%” de los resultados eran de “la prensa izquierdista nacional”.
En la misma serie de tuits, Trump acusó directamente a las grandes tecnológicas de censura: “Google y otros están silenciando voces conservadoras y escondiendo información buena”. Y después hizo suyas las quejas de una derecha radical, entre ellos filonazis, que está viendo su contenido eliminado de las redes. “Están controlando lo que podemos ver y lo que no. ¡Esta es una situación muy seria y vamos a hacer algo!”. Un día después, en una entrevista con Bloomberg, añadió que Google, Facebook y Amazon pueden estar en “una situación antimonopolio”, una amenaza de que podría intentar partirlos.
Así es como esta semana Trump ha entrado de lleno en una preocupación que está entre los grandes debates filosóficos no resueltos de Silicon Valley (¿son un oligopolio de facto? ¿tienen derecho a imponer límites ideológicos a sus usuarios?) pero que ha sido agitada en los últimos tiempos por la derecha paranoica. El veto en las redes sociales al polémico y ofensivo locutor Alex Jones (cuyo contenido fue purgado de Youtube, Facebook, Apple, Spotify y, temporalmente, de Twitter) fue el ejemplo más visible de que estas empresas consideran discurso de odio cosas que el presidente, y muchos como él, consideran legítimo. Más importante es que estas empresas consideran que deben vetarlo, una preocupación que no tenían en 2016.
El abogado Ryan E. Long, por ejemplo, está de acuerdo con que existe un sesgo, aunque no cree que se pueda decir que es contra el presidente en particular. “La cuestión con los algoritmos es que están creados por personas. Estas personas tienen sesgos”, dice Long, especialista en propiedad intelectual en la red. Hay “pruebas circunstanciales” que sugieren que Google tiene un sesgo. Por ejemplo, la denuncia de un exempleado que describía como las decisiones las toma una mayoría de hombres blancos que tienden a la izquierda.
Jeremy Gillula, director de Electronic Frontier Foundation (EFF, que defiende los derechos civiles en Internet), responde que “los resultados de Google dependen de muchos factores, incluyendo qué buscan otras personas, en qué pinchan, qué sitios enlazan a un determinado resultado o si la página está adaptada a móviles. Dicho esto, los algoritmos de Google son una caja negra, y preferiríamos que Google diera a los usuarios más información y control sobre los factores que influyen en los resultados”. EFF, como otras organizaciones de derechos civiles, advirtió contra la censura de los sitios de Jones como un precedente peligroso.
Solo Google sabe como funciona Google. La lucha de cualquier área económica por conquistar los primeros resultados de la búsqueda es tan vital hoy en día que se ha desarrollado toda una industria (optimización de búsquedas, SEO, por sus siglas en inglés) alrededor de los trucos para engañar al robot y hacer que premie un resultado sobre otro. En general, Google es una especie de concurso de popularidad instantáneo, un robot que decide, de acuerdo a unos criterios programados (algoritmo), cuál es el contenido más relevante para lo que estás buscando. Nadie sabe cómo está programado ese algoritmo, pero acierta. Es rarísimo que en el primer golpe de vista no esté lo que el usuario busca. Si no acertara, Google no tendría el éxito que tiene. Y en las búsquedas sobre Donald Trump, los resultados que ofrece no son halagadores.
La empresa californiana respondió al presidente con un comunicado: “Cuando los usuarios teclean preguntas en la barra de Google, nuestro objetivo es asegurarnos de que reciben las respuestas más relevantes en cuestión de segundos. La búsqueda no se utiliza para impulsar un programa político y no sesgamos los resultados hacia ninguna ideología. Cada año, hacemos cientos de mejoras a nuestros algortimos para asegurarnos de que sacan a flote contenido de alta calidad para las preguntas de los usuarios. Trabajamos continuamente para mejorar Google Search y nunca ordenamos los resultados para manipular el sentir político”.
Las tecnológicas no son ajenas al debate. Desde las elecciones de 2016 se encuentran en terapia interna para decidir cuál es su responsabilidad en el ruido, la ansiedad y la degradación evidentes que invaden el discurso público. En este mes, ha borrado más de 600 cuentas que ha identificado como de grupos rusos e iraníes que querían influir en las elecciones de noviembre. También ha borrado páginas militares de Myanmar que contribuían a la violencia étnica. Twitter (un universo minúsculo al lado de Facebook) ha borrado casi 300 cuentas.
Tras la polémica sobre Jones, Twitter hizo saber que se encontraba en un proceso de discusión interna sobre cuáles son los límites de lo publicable en su plataforma. El criterio general es que el límite está en la incitación a violencia, nada más.
El debate interno de Facebook salió a flote esta semana. The New York Times reveló que más de 100 empleados de la compañía (de 25.000) se han sumado a una carta de queja interna escrita por uno de sus ingenieros sénior en la que tienen “un problema de diversidad política”. “Somos una monocultura política intolerante con otros puntos de vista”, decía el texto. “Afirmamos que aceptamos todas las perspectivas, pero atacamos, a menudo en masa, a cualquiera que parece oponerse a una ideología con tendencia a la izquierda”. Facebook siempre ha sido percibida como una empresa con una visión progresista de la sociedad.
Donald Trump llega el último a un debate que se viene produciendo desde que él ganó las elecciones con un uso magistral de esas mismas redes, que es donde se originan y agitan las ideas que excitan a sus seguidores. Es un debate muy profundo, a muy largo plazo, que el propio Zuckerberg reconoce que algún día acabará en algún tipo de regulación. El problema es que no hay tiempo. Las elecciones al Congreso que pueden decidir el futuro de Trump son el martes, 6 de noviembre de 2018.