Los reporteros estaban cubriendo un primer ataque, cuando un suicida supuestamente haciéndose pasar por fotógrafo se hizo explotar. El ISIS asume la autoría
30 de abril de 2018 – Dubái – Agencias.
La violencia ha vuelto a sacudir Afganistán este miércoles. Al menos 40 personas, entre ellos 11 niños y 9 periodistas, han muerto en un doble atentado en Kabul y otro ataque en Kandahar. Estas nuevas acciones terroristas, apenas una semana después de la que causó 60 muertos ante un centro de inscripción electoral, también en la capital, ponen en entredicho las promesas oficiales de reforzar la seguridad, así como la nueva política de Trump bajo cuyo mandato EE UU ha incrementado sus bombardeos aéreos sobre los insurgentes talibanes y del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). En otro incidente, en el este del país, ha sido asesinado a tiros un periodista de la BBC de 29 años.
El Estado Islámico en la Provincia de Jorasán, que es como se denomina la rama local del ISIS, se atribuyó enseguida el doble atentado de Kabul. Su objetivo, dijo en un comunicado, eran “los apóstatas de las fuerzas de seguridad y los medios de comunicación”.
La primera explosión se produjo hacia las ocho de la mañana hora local (dos horas y media menos en la España peninsular) cuando un suicida en moto detonó sus explosivos en el céntrico barrio de Shash Darak, según informó el jefe de la policía de Kabul, Daud Amin, citado por la cadena ToloTV. Apenas 20 minutos más tarde, se producía una segunda explosión en el mismo lugar, justo cuando los periodistas se habían congregado para cubrir el primer ataque.
“Sabemos que un terrorista suicida se ha hecho pasar por un reportero. Ha mostrado su acreditación de prensa y se ha mezclado entre los periodistas antes de hacerse estallar”, declaró Najib Danish, portavoz del Ministerio de Interior, citado por Reuters. Danish inicialmente dio la cifra de 21 muertos incluidos tres policías. Pero dada la gravedad de algunos entre el medio centenar de heridos, el Ministerio de Sanidad elevó luego esa cifra a 29.
“La segunda explosión iba dirigida contra los periodistas”, ha denunciado Reporteros Sin Fronteras (RSF) en un comunicado en el que identifica a los nueve informadores muertos y los seis heridos de gravedad. Todos son afganos, aunque uno de los fallecidos, el fotógrafo Shah Marai, trabajaba para la agencia France Presse (AFP), y dos de los heridos lo hacían para Reuters y Al Jazeera, respectivamente. “Ha sido el ataque más sangriento desde la caída del régimen talibán en 2001”, asegura la organización. Afganistán está considerado uno de los países más peligros para los periodistas; solo el año pasado fueron asesinados al menos 20.
Unas horas después, con la capital afgana aún conmocionada por lo ocurrido, otro suicida en un coche bomba se lanzaba contra un convoy de la OTAN cerca del aeropuerto de Kandahar, al sur del país. Mató a 11 niños de una escuela religiosa cercana que se habían acercado a la caravana militar y dejó 16 heridos, entre ellos ocho soldados rumanos y dos policías afganos, según un portavoz provincial citado por AFP. No hubo una reclamación inmediata de este ataque, pero Kandahar ha sido tradicionalmente un reducto talibán.
En otro incidente sin aparente relación, Ahmad Shah, periodista del servicio en idioma pastún de la BBC, ha muerto tras haber sido tiroteado en la provincia de Jost, en el este del país. El jefe de la Policía provincial ha detallado que Shah ha sido tiroteado por personas desconocidas, en un ataque perpetrado cuando circulaba en bicicleta. El director del servicio internacional de la BBC, Jamie Angus, ha destacado que Shah era un periodista “respetado y popular”. “Es una pérdida devastadora. Envío mis condolencias sinceras a los amigos y familiares de Shah y a todo el equipo de la BBC en Afganistán”, ha agregado.
La condena internacional contra los atentados ha sido unánime. “Causan un dolor indecible a las familias afganas”, señaló el representante de la ONU en Afganistán, Tadamichi Yamamoto, en un comunicado. “Me indigna además el ataque que parece haberse dirigido deliberadamente contra los periodistas”, añadió.
Sin embargo, nadie parece saber cómo romper el círculo vicioso de creciente violencia, 16 años después de que la intervención militar estadounidense derribara al régimen talibán. Sus seguidores, que pasaron a la clandestinidad y han seguido luchando para echar a las tropas extranjeras y restaurar su gobierno islamista, anunciaron la pasada semana el inicio de su “ofensiva de primavera”, ignorando la propuesta de conversaciones de paz “sin precondiciones” que el presidente Ashraf Ghani les ofreció en febrero.
Ghani se encuentra entre la espada y la pared. Por un lado, una gran parte de la población quiere dejar atrás el obscurantismo talibán. Por otro, carece de un Ejército suficientemente preparado y comprometido para garantizar la seguridad ante una guerrilla que también cuenta con apoyos, tanto locales como, según el presidente, en el vecino Pakistán. En 2017, un informe del inspector general para la Reconstrucción de Afganistán del Congreso estadounidense desató la alarma al afirmar que las fuerzas afganas apenas controlan el 57 % del territorio.
Los talibanes han ido reconquistando el resto desde que la OTAN pusiera fin a su misión militar a finales de 2014, aunque el año pasado hicieron menos avances que el anterior. También han triplicado sus fuerzas desde entonces, hasta 60.000 efectivos, según la última estimación de los militares estadounidenses. Además, a partir de julio de 2016, combate al Gobierno la rama local del ISIS. Algunos expertos opinan que su entrada en escena ha desatado la competencia entre ambos, afectando a la forma en que actúan (ataques más espectaculares para atraer más militantes y más financiación).
Durante los tres primeros meses del año, los ataques dirigidos contra civiles han causado 763 muertos y 1.495 heridos, lo que supone el doble que en 2012 (aunque cifras muy similares a 2016 y 2017), según datos de la ONU. A diferencia de en el pasado, cuando Kabul llegó a ser una fortaleza por comparación al resto del país, los terroristas de uno y otro signo han conseguido desde hace un par de años convertir la capital afgana en uno de los lugares más peligrosos de Afganistán.