Una madre primeriza da a luz a su bebé en plena calle pocos minutos después del terremoto
20 de septiembre de 2017 – México – Agencias.
“Ya está, compadre, ya tuvo al bebé, en medio del sismo”. Quien habla es Amado Ortiz, un joven padre primerizo. Se comunica por teléfono con un allegado desde la puerta del Sanatorio Durango, en la calle homónima de la Roma Norte, la zona cero del terremoto que ha sacudido este martes la Ciudad de México. Pocas horas antes, el seísmo de magnitud 7,1 había sumido en un inmenso estupor a la capital mexicana y, al mismo tiempo, había nacido su primogénito. Jéssica Mendoza, madre del niño, dice que ha sido un parto milagroso y que su instinto maternal le permitió aislarse de todo lo que estaba ocurriendo –segundos eternos de oscilaciones en los que la vida misma está en juego– para poder dar a luz al pequeño. El resto corrió a cargo del equipo de médicos y enfermeros del centro hospitalario, quienes trasladaron a la mujer a la calle y, mientras todo temblaba, consiguieron salvar las dos vidas sin preocuparse por la suya propia.
Mendoza llevaba seis centímetros de dilatación cuando el suelo empezó a temblar. Estaba en una sala de parto y recuperación, y su instinto de madre le cegó de lo que estaba pasando. “Pese a todo lo que ocurría a mi alrededor, seguí con mi alumbramiento. Me aislé por completo: no escuchaba nada. Solo recuerdo que estaba mi médico, las enfermeras, una doula [una mujer que acompaña a la parturienta mientras da a luz], mi marido y mi madre. Ellos abrían paso entre el caos para poder dar con un espacio seguro”. Se trataba, añade el padre de Adolfo Iñaki y esposo de Jessica, “de buscar el lugar más idóneo y seguro, donde simplemente no corrieran peligro”. Ese punto resultó ser una banqueta situada en la esquina misma del sanatorio, en la confluencia de las calles de Durango y Sonora, protegida de potenciales derrumbes. Allí, unos policías construyeron con sábanas una suerte de hospital de campaña improvisado.
Desde ese momento hasta que dio finalmente a luz pasó media hora que se hizo eterna. No fue necesaria ni anestesia ni intervención quirúrgica. Los medios materiales con los que los sanitarios atendieron al bebé fueron igualmente precarios: unas gasas esterilizadas, unos guantes y un aparato para medir la frecuencia cardíaca del neonato. Apenas 20 minutos después –casi una hora tras el terremoto–, madre e hijo fueron trasladados a una sala especialmente habilitada para acoger a los pacientes que habían tenido que abandonar las habitaciones del centro hospitalario. “Es un hospital viejo, pero aguantó bien”, apostilla Mendoza. “Aún así, cuando entré había pedazos derrumbándose”.
“Ha sido un milagro”, resume Mendoza todavía emocionada ya desde su domicilio. Quiere agradecer la labor realizada por los médicos –“la doctora Elisabeth Valencia y todo su equipo”– y los policías que improvisaron un paritorio en plena Roma Norte. “Han estado magníficos; demasiado profesionales”, añade.
Ortiz también habla de todo ello nervioso, al tiempo que agradecido. “El mundo se caía y él vino a salvar el nuestro. Es el mensaje más grande de amor y ejemplo de fuerza y valentía ante la vida”, explica el joven mexicano. A su alrededor, decenas de pacientes han sido desalojados de la clínica. Ahora esperan al lado de bolsas de suero entubado o en sillas de ruedas a que se compruebe el buen estado de la estructura del edificio o a que, en definitiva, el temor pase. A las 10 de la noche –casi nueve horas después del temblor–, el camellón (bulevar) de esa misma calle se ha convertido en un hospital de campaña, plagado de grandes tiendas blancas. Después del desalojo, ese será el techo, esta noche, para los enfermos y el cuerpo médico. “Dentro de la gran tragedia que hemos vivido en la Ciudad de México, ha sido muy hermoso. Si Adolfo Iñaki ha sobrevivido a este terremoto justo cuando estaba naciendo, va a superar todo en la vida”.