30 de octubre de 2017 – Agencias.
Ha estado ahí durante unos 2.500 años y la han debido de leer millones y millones de personas. Pero la primera mención a un eclipse solar había pasado desapercibida hasta ahora. En una investigación que combina análisis lingüístico de idiomas milenarios, antiguos escritos astronómicos babilónicos, estelas del Egipto de los faraones y modernos cálculos de la maquinaria celeste, científicos británicos creen haber encontrado en la Biblia el primer registro de un eclipse solar anular.
En el Libro de Josué (10:12-13) se puede leer el siguiente pasaje:
“Ese día en que Yahvé entregó a los amorreos en manos de los israelitas, Josué le dijo a Yahvé en presencia de todo el pueblo:
«Sol, detente en Gabaón, Luna, párate sobre Ayalón».
El Sol se detuvo y la Luna se paró, hasta que Israel se vengó de sus adversarios.
Esto está escrito en el libro de Jaser. Y, en efecto, el Sol se detuvo en el cénit y no se movió de allí por casi un día entero”.
Leído tal cual el relato es tan mítico como la separación de las aguas del mar Rojo por Moisés. Pero un grupo de investigadores británicos creen que la lectura literal oculta lo que realmente pasó. Las diversas traducciones modernas del contenido bíblico parten de la primera translación, del hebreo y el arameo al griego. Puede que ahí se perdiera el significado real de las palabras hasta quedar en lo que parece decir: que la Luna y el Sol se pararon.
“Pero yendo al texto hebreo original, creemos que otro posible significado sería que el Sol y la Luna dejaron de hacer lo que normalmente hacen: pararon de brillar”, dice el investigador de la Universidad de Cambridge y coautor de esta investigación, Colin Humphreys, un apasionado de ponerle la lupa de la ciencia a la Biblia. En concreto, el texto original usa las palabras hebreas dôm y ‘amad para lo que hicieron el Sol y la Luna, respectivamente. La primera tiene varias acepciones, desde estar en silencio a enmudecer, pasando por permanecer inmóvil. La segunda significa tanto detenerse como parar o mantener.
En ayuda de esta alternativa, los autores del estudio, publicado en Astronomy & Geophysics, señalan que la palabra dôm comparte raíz con términos astronómicos referidos a eclipses encontrados en tablillas babilónicas de la misma época. “En este contexto, las palabras hebreas podrían referirse a un eclipse solar, cuando la Luna pasa entre la Tierra y el Sol y este parece dejar de parar de brillar”, apunta Humphreys. En particular, apuesta por uno de tipo anular, en el que el satélite no logra ocultar toda la estrella, dejando ver una especie de anillo de fuego.
Otra prueba circunstancial que ponen sobre la mesa tiene que ver con la historicidad de la presencia de Josué y los israelitas en las tierras de Canaán hace 3.200 años. Esta parte de la historia aparece confirmada en la estela de Merneptah, un largo texto escrito en un bloque de granito que se conserva en el Museo Egipcio de El Cairo. Merneptah, hijo del faraón Ramsés II el Grande, reinó entre 1213 y 1203 a. C., según las cronologías más aceptadas. La estela, grabada en el quinto año su reinado, recoge como Merneptah tuvo que enviar tropas a Canaán para auxiliar a varios de sus feudos que estaban siendo hostigados por los israelitas. Son las guerras que recoge el Libro de Josué, aunque ambos textos no coincidan en quién ganó.
Acotados los hechos y personajes históricos, los investigadores pusieron en marcha la máquina de calcular eclipses, algo no tan sencillo como se cree. “Podemos calcular eclipses futuros o pasados. Pero cuanto más retrocedamos en el tiempo, más hemos de tener en cuenta los cambios en la velocidad de rotación de la Tierra”, explica el físico británico. Y es que por muy mecánica celeste que sea, el movimiento del planeta sobre sí mismo no es constante. “Solo en los últimos 20 años hemos sido capaces de realizar estos cálculos para los eclipses realmente antiguos”, añade Humphreys.
Según sus estimaciones, el único eclipse anular visible desde Gabaón, unos kilómetros al noreste de Jerusalén, entre los años 1500 y 1050 a. C. tuvo lugar (siguiendo el calendario actual) a las 15:27 del 30 de octubre de 1207 a. C. El Sol aún debía de estar parcialmente eclipsado al atardecer, a las 17:38. Durante la fase central del eclipse, la Luna tuvo que cubrir hasta el 86% del área del disco solar, reduciendo hasta una décima parte la visibilidad habitual. De ahí que el pasaje de la Biblia no mienta, aunque sí exagera un poco.
Si la fecha es aceptada por la comunidad científica, se trataría del registro más antiguo de un eclipse solar. Aunque hay al menos referencias a otros tres posibles eclipses anteriores al año 1000 en una leyenda china, una tablilla mesopotámica o en la Odisea de Homero, ninguna ha resistido los cálculos astronómicos. Hay que llegar hasta el 700 a. C., cuando los chinos comenzaron a registrar los eclipses. También entonces, los asirios los grababan en tablillas de arcilla.
Esos registros son claves para la historia astronómica, pero también para fijar otros eventos de la historia. El eclipse solar del 15 de junio de 763, visto sobre las tierras mesopotámicas, ha servido para datar buena parte de la historia del medio oriente. Ahora, el pasaje del Libro de Josué podría ayudar a esclarecer otros 500 años más de la historia antigua, empezando por las cronologías hebrea y egipcia.